Una campaña desmedida

Saltó ayer el gobierno local a la plaza para contestar a un debate ciudadano, originado de forma espontánea, como todo lo que afecta al Carnaval de las chirigotas callejeras. Parecía un asunto menor, un incidente concreto, ya lejano, del 24 de febrero, pero su evolución a lo largo de más de diez días lo ha convertido en una suerte de causa general contra el gobierno municipal de Cádiz y, en esa transformación, la razonable queja que precisa de aclaración firme pierde todo su peso y sensatez para convertirse en una campaña de difícil comprensión. La discusión, los golpes y los insultos entre varios policías locales y un grupo de oyentes, o intérpretes, de coplas callejeras resulta lamentable. A falta de la opinión del juez -la que todos acordamos considerar como única válida y vinculante en el sistema que nos hemos dado- todo parece ser fruto de unas quejas vecinales y laborales (operarios de limpieza) que degeneraron en una pelea desafortunada, como todas. Como en todas, es muy probable que algún agente y algún ciudadano erraran en su actitud. Es muy probable que unos y otros carecieran de la inteligencia necesaria para dar la vuelta y su brazo a torcer. Alguien se equivocó y está por ver quién fue.

Pero de ahí a creer que un Ayuntamiento -como si no tuviera problemas- manda a la Policía Local a oprimir cuplés críticos media un océano. Nadie en su sano juicio trataría jamás, en Cádiz, de controlar o cercenar las coplas casi anónimas, casi improvisadas, siquiera porque sólo conseguiría el efecto contrario. Nadie en sus cabales puede dar por bueno que se trata de una persecución organizada contra el Carnaval callejero, ni siquiera que es un síntoma de autoritarismo. Fue un error, aislado, simple, común y mil veces visto. Querer ver otra cosa roza la paranoia.