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Derechos perdidos

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Ha sido un inesperado y no menos estimulante viaje al pasado el que ésta semana se vivió en mi barrio. El sonido de la algarada obrera y el estruendo de las cargas policiales rompieron la quietud y modorra de una gélida mañana y me transportaron a aquellos otros tiempos en que nada se conseguía sin lucha y sin calle. En que nada se regalaba, al menos a las familias que el alcalde Carranza tuvo a bien ubicar en los barrios de éste otro lado de la vía del tren, hoy soterrada; Puntales, Cerro del Moro, Loreto, Trille, Lebón, San Severiano y el Avecrem. Todo tenía que ser conquistado a base de mucha valentía y generosidad, de renuncias personales y solidaridad de la buena. Tuvieron que ser reconquistados los derechos y las libertades ciudadanas arrebatadas durante la oscura dictadura. También la dignidad que como personas y como comunidad nos usurparon. Reconquistada la igualdad ante la ley sea cual fuere nuestra procedencia, condición, ideología, credo o género. Atesoro en mí recuerdos adolescentes de personas a las que debemos eterna gratitud y de escenarios que aún hoy evocan su quehacer. Trabajadores, sindicalistas ayer clandestinos, presbíteros y hasta prelados, estudiantes, funcionarios e intelectuales a los que todavía siento cuando recuerdo el barracón que sirvió de templo a la parroquia de Puntales, paso junto a los antiguos depósitos de Tabacalera o ante el solar en que se encontraba CASA. Cruzo el Cerro del Moro por Sor Cristina López y Trafalgar o me adentro en Trille por la calle Alegría. Cuando desde la otrora plaza de la Victoria, hoy Vicente Alexandre, adivino aún las casitas bajas. Cuando callejeo por la barriada obrera y distingo el Centro Berman. Bajo desde el antiguo edificio de Correos hasta la puerta del Astillero. Vienen a mi memoria, entre otros, Rafael Gaviño, Luis Conde, José Manuel de la Herrán, Juan Cabañas, Antonio Galindo, Alberto Revuelta, Jesús Maeztu y Gregorio López, Fernando Meléndez, Juan Martín Luna, Enrique Blanco, Juan Cejudo y Alfonso Castro, Miguel Mugan y el obispo Añoveros.

Por ello, cuando todo ya parecía olvidado, cuando resulta cada vez más complejo de explicar -a quienes no superan los treinta y cinco- que alguna vez hubiésemos podido pasar por esto, un grupo de trabajadores del Metal se encargaron de hacernos ver que la historia, como el famoso péndulo, vuelve una y otra vez a su punto de partida. Y es bueno que así sea pues tras un extenso periodo de indiferencia y resignación ciudadanas muchos de aquellos derechos, no suficientemente defendidos, se han vuelto a perder y ya no nos queda otra que volverlos a reconquistar.