Sociedad

Un Angelus muy silencioso

El primer acto de masas del Papa tras su renuncia, en el que volvió a fustigar a la Curia, se desarrolla en un clima frío y revela la confusión de los fieles

ROMA. Actualizado: Guardar
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Había un aire triste difícil de describir ayer en la plaza de San Pedro, donde tuvo lugar el primer Angelus del Papa tras anunciar su renuncia el lunes. Era el primer contacto de Benedicto XVI con la masa de fieles tras ese histórico día, una prueba importante para medir el impacto de esa decisión entre la gente. Los creyentes respondieron al impulso de ir a arropar al pontífice, aunque había menos gente de la esperada. La víspera se hablaba de 150.000 personas, un ensayo general para la audiencia del último día, el 27, o las jornadas del cónclave, pero fueron 50.000. En cualquier caso, una muchedumbre que también ocupaba Via della Conciliazione.

Aún no ha venido nadie expresamente a Roma pero muchas familias romanas se acercaron dando un paseo a ver a este Papa que ya casi no es Papa. La minúscula figura blanca que apareció allá lejos en la ventana era más pequeña que nunca, como si hubiera perdido su aureola sacra o mítica, pero más humana. Con una mañana soleada, el clima era extraño, muy silencioso, reflexivo y podía rozar incluso la frialdad. Como una despedida repentina. Ninguna algarabía ni coros de consignas, muy pocos aplausos. Hablando con la gente se sentía la desorientación de los fieles, como si no supieran qué hacer en este momento tan raro y aún no hayan asimilado lo ocurrido.

«Un seísmo enorme»

Muchos no saben qué pensar y a buena parte de los romanos, muy particulares con el Papa, que consideran 'suyo', esto de la dimisión no les hace gracia. Está claro que Ratzinger no ha sido tan amado como Juan Pablo II, y no digamos Juan XXIII, y él mismo ayer no puso nada de su parte para darle emotividad al momento. Se limitó a leer sus folios, sin ninguna mención a su marcha o a lo que está pasando, y a los quince minutos todo se acabó. Solo en la intervención en español, al final, pidió rezar «por el próximo Papa».

Este desconcierto público de ayer también es el de muchos prelados, pero lo dicen solo en privado. De momento. Aún es pronto para comprender el efecto de este trauma, pero tendrá un largo alcance. En TV2000, la televisión de los obispos italianos, cuentan que han tenido «miles y miles de llamadas» que revelan «un seísmo enorme en el cuerpo eclesial y en las conciencias». «Sus dudas se resumen en una pregunta: ¿pero en la Iglesia existe todavía el 'para siempre'?», dice su director, Dino Boffo.

El discurso del Papa, en torno a la purificación de la cuaresma, como todos los de estos días, tuvo una clara lectura sobre las insidias que vive la Curia, el trasfondo de la dimisión. El Papa volvió a fustigar, como el miércoles de ceniza, a la jerarquía que ahora debe elegir nuevo pontífice. «La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse decididamente hacia Dios, renegando del orgullo y el egoísmo», dijo al arrancar. La esencia de la tentación es «instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito». Previno contra el ansia de poder y advirtió que «en los momentos decisivos de la vida», como este para la Iglesia, «estamos en una encrucijada: ¿seguir el yo o a Dios?».

Todo muy aplicable a las luchas internas de la Curia, que Benedicto XVI espera que se dejen fuera del cónclave. Pero en este doble juego de comunicación que lleva la Santa Sede es probable que ayer solo los periodistas y el clero vaticano captaran el mensaje. El pueblo creyente que llenaba la plaza quizá sigue sin comprender gran cosa.