La devastación que causó el huracán 'Sandy', visible en los destrozos de paseos y viviendas de la costa de Nueva Jersey. :: LES STONE/ AMERICAN RED CROSS/ EFE
MUNDO

Nueva York brilla a media luz

La ciudad vuelve lentamente a la normalidad tras el paso de 'Sandy'

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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La mancha de oscuridad que cubría el sur de Manhattan desde el lunes se encogió ayer hasta convertirse en una estrecha franja de 6.000 viviendas entre la calle 37 y la 14, que engullía también los edificios de protección oficial en el lateral Este de la isla. El 80% de las líneas de metro han vuelto a funcionar y a primera hora de ayer Con Edison presumía de haber restablecido el fluido eléctrico al 70% de Manhattan que lo perdió, pero la realidad era muy distinta.

Miles de hogares en los que los contadores habían quedado sumergidos bajo el agua recibieron un escalofriante aviso: «Si suben la palanca de la luz, explotarán», dijeron los técnicos. Hará falta que antes la compañía de la luz reemplace los equipos individuales y los tableros de los automáticos, pero por ahora los técnicos de Con Edison tienen preocupaciones mayores. Se calcula que 2,5 millones de hogares y negocios en el área metropolitana de Nueva York siguen sin luz, con el termómetro bajo cero y otra tormenta en camino. El miércoles, los tejados que el huracán 'Sandy' desgarró volverán a filtrar el agua a las viviendas si sus propietarios no son capaces de repararlos en tres días.

Aún cuando decenas de miles volvieron a casa el viernes por la noche para encontrarse la luz encendida, otros recibieron sombrías noticias. Un cartel amarillo en el portal de algunos edificios indicaba que no habían pasado la inspección de habitabilidad. La riada de agua salada que inundó tantos sótanos ha dejado inutilizadas las calderas, depósitos de agua, equipos antiincendios y todo lo necesario para ser habitados.

Y si bien la mayoría son ya edificios fantasmas de los que todo el mundo se ha mudado con lo justo, más de un vecino ha preferido dormir a oscuras y con frío en su propia cama que de prestado en un sofá ajeno. Son estos los que sufren las peores consecuencias de un desastre que dura ya casi seis días.

Margot Niedelman se aventuraba ayer por las calles del East Village que volvían lentamente a la vida en busca de una tienda o un bar en el que poder comprar comida. En lugar de eso se conformó con las raciones de emergencia que reparte la Guardia Nacional y una tajada de pizza a dolar que vendía un indú. «Tuve el frigorífico cerrado hasta el miércoles para mantener el frío. Luego lo saqué todo y cociné lo que pude. Algunas cosas las metí en bolsas y las cogué por la ventana para que el frío natural las conservase, pero ya no me queda nada comestible».

Los propietarios de las tiendas y restaurantes que recuperaron la luz el viernes por la noche no esperaron al amanecer para revisar sus locales. Esa misma noche abrieron las persianas de metal y ayer las bolsas de basura con comida putrefacta se alineaban en las calles.

Por las escaleras que seguían a oscuras cuadrillas de voluntarios de New York Care tocaban una a una a las puertas en busca de los ancianos e incapacitados que llevan casi una semana sin poder bajar a la calle. Detrás de algunas se encontraban vecinos hambrientos y tiritando de frío que no se atrevieron a abrir.

Wayne Harrigan aseguraba que el día antes una joven que abrió la puerta a una supuesta alma caritativa fue violada. «Por la noche dos niñas fueron molestadas», añadió. «Estas son las condiciones ideales para que los pervertidos hagan de las suyas». Como en los campamentos de refugiados de Haití tras el devastador terremoto de 2010, las mujeres atrapadas en la oscuridad y sin comunicaciones se han convertido en doble víctimas del huracán. También a los hombres que les ha tocado hacer de duros les empiezan a abandonar las fuerzas.

Tony Lemon, portero de un edificio del East Village donde el agua subió hasta el primer piso, consiguió el viernes darse un baño caliente y ponerse ropa limpia. Le forzó la mirada de asco antes de cambiarse de asiento que le dedicó una mujer en el metro, cuando volvía de comprar gasolina para el generador. «En ese momento me di cuenta de que apestaba», confesó con lágrimas en los ojos. «Nunca en mi vida me había sentido tan avergonzado».

Para entonces llevaba cuatro días con la misma ropa, que se le había secado puesta. Cuando lo hizo quedó acartonada por el agua de mar y la suciedad de la riada. El hombre que lo ha perdido todo se ha pasado la semana bombeando agua del edificio con dos generadores de gas que ayer seguían traqueteando como helicópteros. «No quiero irme y que piensen que he abandonado el edificio, pero ya no puedo más, estoy agotado, me falta la vida. A los dueños esto no les importa, vinieron un momento el martes y ya no los he vuelto a ver».

A la cuadrilla que le mandaron para picar las paredes antes de que suba la humedad la ha tenido que despedir porque se iban guardando todo lo que encontraban de valor. Ya ha tenido que pelearse con dos vagabundos que buscaban pisos vacíos en los que instalarse y aún no ha logrado atraer la presencia de quienes realmente le importan: los técnicos de la luz y los inspectores de FEMA, la empresa federal de emergencias.

Mientras Tony se desinfla en el Nueva York de la catástrofe, cada vez más aislado del resto de la ciudad que recupera lentamente la normalidad, en la parte de Manhattan que solo se enteró de la tormenta por televisión protestan por las colas en las gasolineras, que en New Jersey se alargaban durante varios kilómetros. Para paliarlas, el gobernador Chris Christie ha impuesto un plan de racionamiento que asigna un día u otro para matrículas par o impar. Hasta el Pentágono ha intervenido enviando camiones militares que despacharán gratis 10 galones (37,8 litros por persona).

Los vehículos militares son considerados también para transformarse en colegios electorales móviles el martes, cuando EE UU tenga que elegir presidente en medio de una catástrofe que a unos les parece ajena y a otros un apocalipsis de película. A pesar de las previsiones y los medios de primer mundo, Sandy ha dejado en EEUU 110 muertos, y el balance sube cada día, a medida que se retiran los escombros y vuelve la luz.