ESPAÑA

«Creí que me iban a desgarrar»

Carmen cayó en el pasillo con las fallecidas y aclara que las bengalas se prendieron después y no antes de la avalancha Una de las atrapadas narra el pánico desatado en el cepo del Madrid Arena

MADRID. Actualizado: Guardar
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Son demasiado jóvenes para llorar a un amigo ante el ladrillo rojo del crematorio del cementerio de La Almudena de Madrid. No se les escucha. Solo se oyen los flashes de las cámaras y algún llanto ahogado, como si nadie quisiera mentar el horror que se desató el miércoles de madrugada en un pasillo maldito del pabellón Madrid Arena, un sumidero de cuerpos ahogados que se tragó las vidas de Cristina Arce, Rocío Oña y Katia Esteban. Carmen cayó con ellas en la trampa mortal de la noche de Halloween y las perdió de vista para siempre. Ayer todavía le costaba disimular el esguince de tobillo, la rotura de fibras en los abductores y los hematomas que sufrió la noche en la que se les torció la vida.

Las heridas le impiden subir el bordillo de la acera, con un ramo de flores en la mano y los ojos perdidos aún en aquel callejón. Iban juntas. Carmen, de 18 años, amiga de Cristina, la dejó de ver en el tumulto. En adelante, ya no se podría mover. «Tenía una pierna agarrada por la gente. Una chica que se estaba asfixiando a la que solo se le veía la cara tenía la cabeza contra mi muslo y vi cómo vomitaba sobre mí. Fue horrible. Me tiraban de los brazos para sacarme pero tenía las piernas atrapadas. Creí que me iban a desgarrar, que iba a morir», explica esta amiga del grupo de Arce.

A Carmen le cuesta trazar una línea temporal coherente, pero calcula que pasaron quince minutos hasta que la sacaron en volandas del infierno. Ocurrió sobre las 3:30 horas. Estaban en la pista e intuyeron que había «demasiada gente». En ese momento, quisieron salir por uno de los pasillos para subir al piso superior, pero se encontraron con una marea de personas que intentaban acceder en tromba a la actuación del 'dj' Steve Aoki y que convirtieron el pasillo de trece metros de largo por tres de ancho en una ratonera asesina. «Nos caímos y nos pasaba la gente por encima».

«Se escuchaban gritos horribles de gente que pedía socorro. Un chico gritaba a mi lado que no se quería morir, otros que no tenían aire», añade Carmen, que compró las entradas por internet y que acudió con unos 200 jóvenes de las zonas de Alameda de Osuna y alrededores. «Habían venido relaciones públicas a vendernos entradas al barrio. Los primeros, las compraron a 15 euros, después a 22 y los últimos a 30 euros. Ahora no las tenemos, porque nos las quitaron en la puerta», apunta la joven, que asegura que nadie registró las mochilas ni les pidió el DNI.

«La bengala es mentira»

La marea de gente era «brutal» y las estimaciones de 20.000 asistentes son correctas según el testimonio que aportaron ayer Carmen, Dani y otros amigos. Aparentemente, la tragedia no tuvo que ver con una estampida provocada por una bengala como apuntaba la investigación. Su relato contradice ese punto: «Lo de la bengala es una mentira. La encendieron después de que se produjera la avalancha para que la gente de atrás no siguiera entrando. No hubo nada que hiciera correr a la gente, solo un fallo de la organización», explica la implicada.

La presión de la masa le ha dejado hematomas en el pecho y en la espalda. Estuvieron atrapados hasta que «alguien rompió una puerta de lo que parecía un guardarropa» y consiguieron salir. Dentro, la fiesta continuaba. Sus amigos, muchos de ellos sin zapatillas, se encontraron y anduvieron hacia la parada del metro. Los servicios de emergencia atendieron y trasladaron a la joven, que hasta horas después ni siquiera se imaginaba que el destino se había llevado a sus compañeras por delante. «Nos lo comenzamos a temer porque no sabíamos dónde estaba Carmen. Cuando llamábamos al teléfono (guarda silencio un instante). Cuando llamábamos ya no cogía nadie».

Pasó las siguientes quince horas sin dormir. Iban 38. A las once de la noche de ayer, cayó rendida en un duermevela de pesadilla. Nadie de los del crematorio es capaz de hablar de Cristina. Es demasiado pronto. Su amiga Celia, que no ha llegado en un coche fúnebre porque veía el concierto en el piso de arriba, alcanza a decir solamente que Arce era vitalista, alegre, fan de Michael Jackson y estudiante de Ciencias de la Salud. De no haber caído en el cepo del Madrid Arena hubiera sido enfermera. Celia supo que algo iba mal cuando salió del concierto y se encontró con algunos amigos testigos de la tragedia. Hicieron recuento y faltaba Cristina, así que preguntaron por ella en los servicios de emergencia, que no supieron darle pistas. Sonó el teléfono y la persona que debía estar con ella la había perdido. A media mañana, arrastrando la noche y el susto como una resaca gigantesca, dieron con una unidad de la Policía que les confirmó que tenían un cuerpo sin nombre. «Mi madre, que es médico, se acercó a identificarla... Era ella».