LA HOJA ROJA

DEL DICHO AL HECHO

A menos de cien días, de quince semanas, de tres meses de la celebración, ya andamos buscando a quién echarle la culpa del fracaso

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Casi sin darnos cuenta hemos traspasado los límites de velocidad hacia el Bicentenario y hemos perdido los frenos justo cuando empieza la cuesta abajo. Ya ni siquiera nos queda el consuelo de faltan doscientos, cien. porque justamente hoy estamos a 99 días, a quince semanas, a tres meses de ese -no sé si ya utilizar el término o esperar un poco más- fatídico 19 de marzo de 2012 que siempre pensamos que no llegaría y que ya asoma la patita por debajo de una puerta que nos empeñamos en cerrar hace muchísimo tiempo. Ahora es cuando empieza lo bueno, cuando nos ha fallado hasta el apuntador, cuando los actores tienen que poner a prueba su capacidad de improvisación y cuando más que nunca es necesario que los espectadores no se den cuenta de que no hemos ensayado y de que ni siquiera hemos leído el texto que debemos representar.

Aunque para lectura, ya tenemos la que el Consorcio anuncia para el próximo lunes, aprovechando el guiño que nos hace el almanaque -ya sabe, doce del doce- que también servirá de escenografía a la UCA para la presentación -otra vez- del programa de actos que nos tienen preparados. El doce del doce a las doce desvelarán uno de los grandes misterios -no se sabe si gloriosos, luminosos o simplemente dolorosos- del Bicentenario. Lo del Consorcio viene ya calificado de antemano, sus propios organizadores hablan de «versión modesta» -podrían haber dicho digna, pero ni siquiera lo han hecho- de lo que se suele hacer en el Día del Libro leyendo El Quijote. En este caso, la versión modesta es una lectura ininterrumpida del texto constitucional en la que participarán representantes del Gobierno, de la Iglesia, de la cultura, del carnaval, del deporte, de andar por casa y que tiene como plato fuerte las intervenciones de José Manuel Soto, de Monchi y de César Cadaval -los más «pre-paraos», creo recordar-. En fin. No hace falta hurgar en la herida, y mucho menos cuando la herida está fresca. Tan fresca que no es necesario hacer uso de esa memoria histórica a la que le quedan dos cuartos de hora para confirmar que el trecho que separa al dicho del hecho es tan grande que mejor nos quedamos así, con la versión modesta y tachando las veces que dijimos Diego en el guión original.

Hace ahora cuatro años -cuando parecía que teníamos tiempo suficiente- se presentaba el Consorcio para la conmemoración del Bicentenario en Madrid regalándonos perlas tipo «Todo gran cambio empieza con un pequeño paso», más propias de la conquista espacial que de otra cosa e inaugurando la sección de disparates a la que todos -todos- hemos recurrido en más de una ocasión. Ya, ya lo sé. Todavía se acuerda usted de Magdalena Álvarez y sus promesas, del «antes y el después» de Fernández de la Vega y su lluvia de millones -como la primitiva- y hasta del «si me queréis.» de Chaves en la campaña electoral de 2009. Todavía es capaz usted de repetir como una letanía la lista de grandes proyectos que serían una realidad, el hospital regional, la terminal de levante, la plaza de Sevilla, el hotel de Valcárcel, la alta velocidad, los depósitos culturales de tabacalera, los grandes hitos, el monumento a la constitución. el castillo de San Sebastián.

En febrero de 2008 se hablaba del Memorial de las Libertades como si nos hubiéramos criado en él. Antonio de María -nuestro nostradamus local- pedía entonces restaurantes, bares, un submarino, un suelo de cristal para ver el fondo de la Caleta. Zaragoza Urbana -mucho antes de lo de Valcárcel- mostraba un inusitado interés, «será el símbolo de 2012 gracias a un concurso de ideas internacional», decía la gerente del Consorcio, y al inicio de las obras pontificaba la entonces presidenta de la Comisión Nacional «El proyecto estrella del Bicentenario echa a andar». Todo estaba cerrado, decían entonces, tan cerrado, tan cerrado que luego nadie ha sido capaza de abrirlo. Unos meses más tarde se hacía público el proyecto. En noviembre de 2008 salíamos de dudas cuando Chaves -todavía presidente de la Junta- afirmaba que el castillo «se va a convertir en el legado más importante del Bicentenario». Se ampliaría el paseo Fernando Quiñones, se plantarían árboles en el patio interior, se construirían «parques alegóricos» de la ciudad y pabellones «que contendrán la parte interpretativa», aparecería ante nuestros ojos el faro de las libertades con una cafetería en la parte superior, el anfiteatro convocaría a miles de personas en miles de espectáculos, se recuperaría en la Avanzada un parque temático de las marismas y los esteros, se pondría en valor el embarcadero con una línea marítima desde el puerto hasta el recinto amurallado y se construiría en la batería acasamatada -«un lugar idóneo por su historia y su ubicación»- el Museo de la Historia de la ciudad. Además, contaría con una «antena» de la Casa de América de Madrid y las oficinas del «Observatorio de la Democracia».

En fin. Como se notaba mucho que el proyecto lo habían firmado los arquitectos de Barrio Sésamo, la cosa empezó a tambalearse cuando volvimos a poner los pies en el suelo. Y como la lechera, fuimos recogiendo los trozos de nuestra fortuna. Ni auditorio, ni pabellones, ni concentraciones masivas, ni restaurante, ni barquito, ni faro, ni árboles, ni presupuesto. Y ahora, a menos de cien días para el 19 de marzo, se habla de un nuevo informe, de un uso restringido del castillo, de que «andar seiscientos metros» para ver una muestra de manualidades -poco más veremos por allí- tampoco está tan mal, de exposiciones más sencillas, de que vayamos poco a poco y no todos de golpe. qué le voy a contar, que nos ha vuelto a pasar.

A menos de cien días, de quince semanas, de tres meses de la celebración, ya andamos buscando a quién echarle la culpa del fracaso. Ni siquiera se habla ya de dignidad. Con lo que siempre nos ha gustado en Cádiz calificar de «digno» lo que sabíamos que era un auténtico mamarracho. Hasta en eso hemos cambiado.