PAN Y CIRCO

POR LA MISMA CARA

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Llegado el momento, los multimillonarios futbolistas -a los que se las trae al fresco la crisis y que cada día las colas del paro sean más largas- son citados por el club que religiosamente les paga (las nóminas, las dietas, las pagas extras y una estratosférica ficha anual) para acudir al concesionario de automóviles que es sede de la marca oficial de la entidad. Allí la frivolidad llega a unos extremos que invitan directamente a meterle fuego al local, si no fuera porque algunas selecciones internacionales se iban a resentir con tanta figurita ardiendo. Una veintena de jóvenes que ya han resuelto su vida, las de todos los que le rodean en el ámbito familiar e incluso la de algunos que todavía no han sido fecundados por tan privilegiados espermatozoides reciben -sin comerlo ni beberlo- las llaves de un vehículo alemán de alta gama. Uno de esos que ni usted ni yo podrán comprarse en su puñetera vida les ha caído del cielo a estos nenes. No han tenido que comprar ninguna papeleta porque el sorteo estaba amañado. Únicamente se exigía un requisito: pertenecer a la plantilla del Real Madrid. Es el ejemplo más aberrante y canallesco de que estos deportistas que trabajan media jornada, pero que cobran como si lo hicieran 4.000 horas a la semana, son unos elegidos en estos tiempos de incertidumbre económica y vital. Pero no se lleven a engaño porque todos formamos parte de este circo. A pesar de tanta jeta consentida, llega el domingo y ahí estamos, como energúmenos, animando a estos engendros que hemos creado para satisfacer nuestros más profundos deseos. Es como si en un grado extremo de estupidez colectiva diéramos por válido que nuestros héroes tienen un gravísimo problema, que no saben dónde van a meter tantos coches. Ese sueño imposible para nosotros, pero que nos invade en el silencio de la noche cuando solo compartimos nuestras desdichas con la almohada.