TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

GIBRALTAR CRECE, PERO CARUANA NO

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Ahora que parece que ETA emprende su ansiado ERE definitivo, quizá habría que mirar hacia el sur donde los gibraltareños llevan varias décadas apostando por su autodeterminación sin meter miedo a nadie ni disparar un solo tiro.

Los yanitos celebraron multitudinariamente su Gibraltar Day el pasado lunes, en Londres. No demasiado lejos de la catedral de Saint Paul, donde acampaban los indignados británicos entre alguna que otra bandera tricolor española. Durante una recepción en la que no faltaron bandas de gaiteros y desfiles de los Royal Engineers, Peter Caruana, ministro principal de Gibraltar, cargó sus proclamas de reivindicaciones sobre las aguas territoriales del Peñón y el derecho a decidir su futuro político: «No veo que Gibraltar sea un problema que deba ser resuelto», aseveró. A su lado, David Lidington, secretario de Estado para Europa en el Foreign Office británico, garantizaba que cualquier país democrático debe aceptar los deseos de sus ciudadanos.

Estos se expresarán de nuevo durante las elecciones a la Asamblea Legislativa de Gibraltar, una convocatoria que podría estirarse hasta la primavera pero que probablemente se anticipe. A comienzos de diciembre, Caruana disolverá el actual parlamento calpense y convocará unos comicios en los que vuelven a partir como favoritos los candidatos del Gibraltar Socialist Labour Party, el partido socialista de Joe Bossano que volverá a figurar en una lista que encabeza el joven abogado Fabian Picardo, coaligados con el Gibraltar Liberal Party de Joseph García. Claro que también las encuestas anunciaban su victoria hace cuatro años y se quedaron con la cara partida cuando se contabilizaron los sufragios.

Resulta curioso que Caruana lleve las de perder cuando el Peñón es el único territorio europeo en donde la economía está creciendo de forma significativa y el único lugar de la Península Ibérica en donde no existe el paro. Además, como aseveró el chief minister en un almuerzo celebrado en la City londinense ese mismo día, mientras en medio mundo se critica a los magos de las finanzas, en Gibraltar se les mima y se les atrae, a pesar de que desde el pasado mes de enero el centro financiero de la Roca ya no puede considerarse un centro off shore, apartándose claramente de la delgada línea roja de los paraísos fiscales.

Lo cierto es que Caruana puede perder las elecciones a pesar de haber protagonizado el mayor cambio reciente en la estructura y en el paisaje de Gibraltar de las últimas décadas: si sir Joshua Hassan gestionó la conquista de los derechos civiles de su comunidad, la lucha contra el bloqueo de la frontera y el proceso de reconciliación que siguió a su reapertura, a Bossano le tocó bailar con la más fea. Esto es, tuvo que buscar una alternativa económica para los suyos, cuando Margaret Thatcher había cortado el grifo de los presupuestos públicos y las puertas del astillero de Gibraltar, hasta hacer caer la aportación del ministerio de Defensa británico al actual 7 por ciento. Caruana estabilizó la economía, profundizando en las reformas llevadas a cabo por Bossano, reforzando el prestigio del centro financiero y eliminando en gran medida la economía sumergida que suponía el tráfico de ilícitos, fundamentalmente tabaco, en lanchas rápidas que conectaban con las rutas de narcotráfico del Estrecho y con los célebres desembarcos en la playa linense de La Atunara. Con ese bagaje, logró tomar asiento con voz propia para Gibraltar en el foro tripartito abierto entre España y el Reino Unido para abordar cuestiones relacionadas con la vida cotidiana de las comunidades separadas por la Verja, aparcando la cuestión de la soberanía. Tampoco fue baladí la reforma urbanística que ha vivido el Peñón durante su mandato, desde Casemates Square a la Marina, aunque no tuvo piedad a la hora de derribar el Old Royal Theater, una de las joyas sentimentales del corazón de la antigua Calpe.

Ahora, Caruana está que trina porque el acabado de la nueva terminal del aeropuerto lleva tres años de retraso y porque probablemente no llegue a tiempo la habilitación de un túnel para descongestionar el tráfico cuyas obras tardan más que las de la Catedral de Cádiz, a la que, por cierto y como recuerda José Ramón Pérez Díaz-Alersi, le sigue faltando el flechaste para rematar su cúpula.

Para colmo, también será posible que después del 20-N español, las relaciones entre Gibraltar y Londres con Madrid empeoren sensiblemente, dado que el PP suele ser poco dado a contemplar la cooperación y el buen rollo como un sistema adecuado para seducir a los irredentos yanitos que, por otra parte, están sorprendentemente encantados con la reciente apertura de un Instituto Cervantes en su casco urbano. Es posible que la previsible hostilidad futura de La Moncloa redunde en un mayor numantinismo por parte de la población local. Bossano, que siempre se negó sistemáticamente a un «arreglito» con España, podría dejar el testigo de dicha postura a su delfín Picardo que se las apañó como abogado de Hassan & Partners para estar presente en las celebraciones londinenses.

A este lado de la Verja, por cierto, los socialistas españoles -dicho sea de paso- podrían aprovechar el tiempo que les queda en el negocio del gobierno para respaldar a su alcaldesa Gema Arauja, más sola que Gary Cooper ante el peligro de la falta de liquidez, esa inexpugnable frontera que estrangula a todos los ayuntamientos y máxime a esa ciudad española que ni siquiera tiene apenas término municipal.