Plaza de Sevilla con una de las pantallas instaladas por el Consistorio. :: B. P.
EXTERIORES ROBADOS

PANTALLAS

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Es imposible pasarlo en silencio. Hasta cuarenta y cuatro pantallas de veinticuatro metros cuadrados amenazan con mantener a Cádiz, de hoy a la eternidad, bajo un bombardeo incesante de imágenes gigantes. Una de las grandes iniciativas de la Democracia de cara a la calidad de la vida de todos fue la de acabar con la contaminación visual de los paisajes de España limpiando de publicidad las carreteras. Veinte años después, un ayuntamiento invade el escaso espacio público de una ciudad apacible con un sunami de pantallas a todo color que roban sin remedio la atención de todo el que pasa por delante, conductores incluidos.

La desmesurada medida arrolla los más nobles valores cívicos y humanos: la seguridad vial; la sostenibilidad ambiental; el ahorro de recursos; la pureza visual del paisaje urbano; la limitación a la injerencia del reclamo consumista; la lucha diaria de los heroicos padres y madres por que sus hijos fijen menos sus ojos en dispositivos electrónicos y más en rostros, árboles, atardeceres.

Da lo mismo quién las ponga, qué emitan, cómo se financien. El efecto de las pantallas será una ciudad menos humana.