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Democracia inhóspita

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El proceso de desactivación de la política, que viene ya de lejos, alcanza en nuestros días proporciones más que preocupantes. ¿Quién no ha experimentado aún esa desestabilizadora sensación de que las garantías democráticas (nunca del todo robustas, por cierto) se encuentran bajo mínimos en estos tiempos aciagos, y con tendencia a la suspensión? A menudo suele afirmarse que la democracia necesita de un suficiente nivel económico para subsistir. Pero no tan a menudo se dice que la actividad económica precisa, para diferenciarse del mero pillaje, de unos mínimos niveles de equidad, de justicia y de prácticas solidarias, siendo la ausencia de estos principios básicos el mayor obstáculo para disfrutar de un régimen político socialmente confortable, acogedor, apetecible y digno de ser vivido.

Por tanto, si lo nuestro es, como dicen, democracia, habrá que reconocer que es una democracia inhóspita, incómoda, nada amable y poco creíble. Y dado que la política parece habernos abandonado dejando el protagonismo a una mera gestión liberaloide (pésima por cierto) de los asuntos públicos, la gente manifiesta su malestar en las calles, no encontrando a menudo más que incomprensión (cuando no insultos y descalificaciones) por parte de quienes deberían utilizar ese descontento para hacer política de verdad, política de la buena. Política, joder.

Desgraciadamente, las cosas parecen ir en la dirección equivocada. Escuece a la más modesta sensibilidad democrática comprobar la desesperante pereza política para llevar a cabo medidas de decisivas verdad (como la persecución de los sueldos insultantes, el desmantelamiento de los paraísos fiscales, la regulación de los mercados, la rapiña legal.), contra la celeridad con la que se llevan a cabo aquellas otras medidas demandadas por chiringuitos sin legitimidad democrática alguna. ¿Qué niveles de sometimiento al pillaje económico podrán soportar nuestras democracias capitalistas, democracias inhóspitas (liberales pero no libres ni democráticas), para que podamos hablar sin sarcasmos de soberanía popular, piedra angular de un régimen digno de llamarse democrático?

Ojo, porque cuando la política desestima el poder que le confiere la soberanía popular para mantener a raya los grandes poderes estructurales meramente fácticos, no políticos ni democráticos, la sociedad queda expuesta al ataque de cualquier forma de totalitarismo.