COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

EL TIEMPO ENTRE OCIOS

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Está claro que cuando no hay manera de hacer negocio, no nos queda más remedio que saltarnos la primera parte del postulado aristotélico y colocarnos del tirón en la casilla del ocio. O lo que es lo mismo, si no ya hay obligación solo nos quedará rendirnos a la devoción. Y en ello estamos. Ningún partido político se entretiene en su campaña electoral más que lo preciso en repetir esa pesada letanía de promesas de reducir el paro y de incentivar la creación de empresas -casi todas de mujeres, y jóvenes, por este orden-. Siempre suenan a lo mismo.

Por eso, en esta campaña andan todos empeñados en diseñar la ciudad para la cigarra que todos llevamos dentro y que cada vez sacamos más a pasear. No hay ya donde rascar, pero seguimos rascándonos porque sarna con gusto, no pica. Y ya lo tenemos ahí. Proyectos para ampliar la oferta cultural gaditana con música en directo seis días a la semana y cafeterías en las bóvedas de San Roque, para lo que parece que había mucha demanda, y proyectos para crear zonas de esparcimiento -como si no estuviésemos suficientemente esparcidos ya- con juegos infantiles y espacios para el ocio familiar en cualquier sitio. Por ejemplo, un equipamiento infantil -ya sabe, tobogán, columpio y poco más- en mitad de la plaza Mina, entre las mesas de las terrazas, los niños que juegan a la pelota y los pájaros que hacen intransitable la acera del Museo. O una zona específica para que los adolescentes de catorce a dieciséis años pelen la pava a gusto. O espacios para recreo familiar en el nunca visto parque del Descanso. Está bien. El ocio. Al fin y al cabo, no tenemos otra cosa que hacer; hace mucho que se acabó el negocio.