Un operario vierte una cisterna de leche contaminada a una fosa. :: AP
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El agua de Tokio ya no es segura para los niños

La radiación de la central de Fukushima se extiende a 11 verduras más y coloca los alimentos nipones en el ojo de las inspecciones

OTSUCHI. Actualizado: Guardar
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Sigue extendiéndose la radiactividad que emana de la central japonesa de Fukushima 1. Tras detectarla el fin de semana en el agua de Tokio, el Gobierno ha recomendado que los niños, y especialmente los bebés, no la beban porque no es segura para su salud. Con el fin de que las madres no preparen los biberones de sus hijos con agua del grifo, el Ejecutivo nipón distribuirá unas 240.000 botellas de agua mineral entre las familias que lo necesiten.

Los análisis han descubierto 210 becquerelios de yodo 131 por litro de agua, el doble de lo permitido para la infancia porque a tan corta edad el organismo está más expuesto a desarrollar cáncer de tiroides. Para los adultos, el límite se sitúa en los 300 becquerelios, pero el aviso de las autoridades ha vuelto a provocar que se vacíen las estanterías de agua embotellada en los supermercados y tiendas de Tokio. Todo ello a pesar de que el Ejecutivo ha instado a la población a no comprar más de lo que necesite para ayudar al reparto de ayuda humanitaria en las zonas del noreste afectadas por el tsunami del pasado día 11, donde medio millón de personas viven en refugios al haber perdido sus hogares.

Control a las importaciones

La crisis alimentaria por la radiactividad se agrava a medida que pasan los días sin que los técnicos controlen las fugas de Fukushima, a 250 kilómetros de la capital nipona. A la contaminación por radiación en leche y espinacas se suman ahora once verduras más, entre las que figuran el brócoli, el perejil y el repollo. En alguna de ellas, las pruebas han medido hasta 82.000 becquerelios, 164 veces más de lo que es capaz de tolerar el cuerpo humano. Para impedir que dichos vegetales pasen a la cadena alimentaria, el Gobierno ha prohibido su comercialización y, además, está extendiendo los controles a los productos procedentes de las prefecturas cercanas a la central nuclear de Fukushima.

Pero las restricciones no se limitan solo al ámbito doméstico, ya que Estados Unidos ha vetado las partidas originadas en zonas próximas a la catástrofe. Tras confirmarse que la radiación también había llegado al mar, las autoridades norteamericanas van a inspeccionar cuidadosamente todas sus importaciones de pescado y marisco japonés, como ya está haciendo uno de sus principales socios comerciales en Asia, Hong Kong.

Mientras empeora la crisis alimentaria, los 300 técnicos que trabajan a contrarreloj en la planta de Fukushima siguen sin controlar sus escapes radiactivos. Aunque ya han conectado la electricidad para refrigerar automáticamente los reactores, cuya temperatura ha subido hasta provocar varias explosiones y la posible fusión de sus núcleos, continúa saliendo humo del número 3, el más peligroso al contener plutonio y uranio.

Frente a las fugas blancas de otros días, que eran vapor radiactivo liberado para bajar la presión en los reactores y evitar nuevas explosiones, ayer salió un humo tan negro que obligó a desalojar a los operarios. Emulando a los kamikazes que sacrificaban sus vidas, estos héroes anónimos soportan dosis de radiación que pueden ser letales para controlar la central nuclear. A oscuras, y entre los escombros que dejaron las explosiones de la semana pasada, los trabajadores se mueven con dificultad protegidos por trajes especiales y se turnan al cabo de pocos minutos para no exponerse demasiado a la radiactividad.

En un nuevo balance de daños, el Gobierno japonés ha elevado los costes del tsunami hasta los 25 billones de yenes (218.803 millones de euros). Muy por encima del terremoto de Kobe y del huracán Katrina, es ya el desastre más caro de la historia.