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La llamada de Torrente

Están intactos los reflejos de una sociedad que añora el carajillo de las mañanas

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Dónde reside la irresistible fascinación que moviliza una fila de cientos de miles de españoles hacia las taquillas para soltar el puñado de euros que cuesta ver en tres dimensiones a un tipo guarrete, abusón, racista, misógino, gordo, calvo, mezquino, ruin, cobarde, baboso y blando? Las cintas de Santiago Segura y su detective infecto derrotan en un fin de semana todas las teorías sobre la desafección y el supuesto desinterés de los espectadores por acudir al cine. Al cine español. Contra Torrente no pueden ni la piratería, ni la TDT, ni Digital Plus, ni la globalización. Nada puede contra la llamada de la selva; contra la invocación a los 'bajos instintos' del inconsciente colectivo nacional. Acaso el éxito del personaje y sus secuaces llevando hasta el paroxismo la caricatura de los más disimulados vicios, excesos, defectos, lacras de la España cañí -y no tan cañí- no hace sino reflejar en la cola del cine el gusto por la caricatura zafia por encima de la sutileza costumbrista. El bucle lánguido que enlaza el denostado cine español del tardo franquismo y la Transición con el 'torrentismo' constata que durante décadas el espectador de masas se quedó huérfano cuando Pajares, Esteso y Landa fueron arrumbados por la modernidad. Aquellos personajes tramposos, reprimidos, cínicos, fulleros, pero un punto inocentes, reflejo de una sociedad de queridas en discreto apartamento y negocietes con enchufados del régimen, han sido sustituidos por otros esperpentos.

Con una estética de tira cómica desfilan en la saga de Torrente adictos a la coca o al fetichismo sexual de sex-shop y casquería, racistas de periferia, traficantes de discoteca, guardaespaldas de cartón piedra, karatekas de gimnasio y mafiosos de pacotilla. Pero en la genética nacional atravesando clases, edades, sexo y condición quedan intactos los reflejos de una sociedad que añora el carajillo de las mañanas, el humor zafio, el revolcón prostibulario y las hazañas de Roberto, Alcázar y Pedrín. Y eso lo intuyó un tipo listo que se empapó en las sesiones continuas de los cines de barrio en medio de la niebla del ambientador que era el desodorante de los acomodadores; que rememora todavía el reflujo hormonal en las butacas y ha conseguido reanimar al gran Leblanc. ¿Es que Kiko Rivera y Belén Esteban son el Esteso y la Conchita Velasco de nuestros días? Aunque duela... podría ser. El arrasador éxito de la cuarta entrega del detective infecto confirma que no estamos ante un fenómeno efímero sino que se ha consolidado en la cinematografía nacional el gusto por lo 'friki'. Por lo cutre. Por la memoria del Fary como parodia de un país que ha reinventado el patio de vecindad, la tertulia de la escalera y ya no se ríe del 'tonto del pueblo' pero unos cuantos, que van de tontos, se están haciendo de oro.