Florence Delay, en una imagen reciente. :: L. V.
Sociedad

«Empecé mi vida encendida»

Montones de vidas, recuerdos y reflexiones que se unieron al humo del tabaco se agolpan en 'Los ceniceros', su última novela Florence Delay Hispanista y escritora francesa

MADRID. Actualizado: Guardar
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Tiene casi 70 años, pero su elegancia y esa tranquilidad apasionada deja entrever a aquella jovencita que encarnara a Juana de Arco en el filme de Robert Bresson. Pertenece a esa minoría de mujeres que forman parte de la Academia Francesa y, aunque hace diez años cuando ingresó pensó «van a ver quién soy», ahora ha calmado ese arrojo que aprovecha en su nuevo libro, 'Los ceniceros', editado por Demipage.

De vida y muerte, de modas que pasan y tiempos que cambian y, sobre todo, del arte de fumar y sus conexiones artísticas hablamos con Florence Delay, una mujer que aboga por tener «suelas de viento» como aquellas de Rimbaud.

-A pesar de todo, ¿'Los ceniceros' no es un libro sobre cigarrillos?

-Así es, pero no quiero que se olvide ese arte de fumar, que no es el del movimiento compulsivo y mecánico. Tengo recuerdos muy elegantes sobre la manera en que fumaba mi madre. No era el caso de mi padre. De hecho, pensaba que él fumaba tanto para escribir mucho y, como en su biblioteca el papel de escribir estaba junto a los paquetes de tabaco, se me creó un lazo fuerte entre ese papel virgen y el pitillo virgen, ambos blancos, una construcción infantil y novelesca que me ha servido para el libro.

-De hecho, es en realidad la ceniza la gran protagonista.

-Así es. Mi interés por la ceniza comenzó al conocer aquel poema de Quevedo ('Amor constante más allá de la muerte') que acaba con un verso que dice: «polvo serán más polvo enamorado», y asociarlo al Miércoles de Ceniza, a ese polvo de la religión que nos dice que tras él viviremos otra vez. Como tengo la intención de envejecer tranquila, de no tener miedo a la muerte, de mirarla a la cara y llamarla 'mi querida', pensé que sería interesante desarrollar ese destino de un ser cristiano enamorado de la vida y la poesía.

-¿No está por ello de acuerdo con la 'Tabaquería' de Pessoa?

-Aunque me encantan esos versos no puedo estar de acuerdo. «Saboreo en el cigarro el librarme de todo pensamiento», dice el poeta, pero no creo que al fumar se desvanezca ese pensamiento metafísico del que hablamos. Hay toda una historia literaria inspirada por el tabaco, por el humo.

-¿Por qué cree que funciona esta pareja compuesta de tabaco y literatura?

-Quizás por el gesto, aunque ¿piensa usted que podría desaparecer con el uso del ordenador? Porque cuando se usa hoja de papel y pluma queda una mano libre para sujetar un cigarrillo, pero con el ordenador ambas están ocupadas. Igual van a ser las máquinas las que nos van a impedir fumar. Además del gesto, creo que ese baile del humo hizo mucho, sin olvidar ese efecto tranquilizante que parece que apacigua tras un esfuerzo.

-Mientras, George Sand lo usaba para reafirmar esa igualdad entre sexos.

-Y ahora fumamos más las mujeres porque tenemos demasiadas vidas.

-Además, fumar servía como excusa para alargar las sobremesas, para conversar, ¿no cree?

-Lo que dice es muy importante porque la conversación está desapareciendo. Ahora todo el mundo parece un caballero de la Edad Media con tantos aparatos encima. Antes se sacaba un cigarrillo y se ofrecía para compartir, algo que era un gesto muy bonito, un hombre te encendía el pitillo. Toda una serie de cortesías que no se parecen en nada a lo que sucede con este modelo furtivo.

-Ahora nos dividimos en bandos.

-La convivencia siempre me pareció más fértil que la separación entre los que pecan y los que no.

-Para usted, para quien la ceniza es importante, encarnar a Juana de Arco debió de ser toda una experiencia...

-Es que me quemaron como un cigarro, es verdad. Empecé mi vida encendida [tenía 20 años cuando protagonizó 'El proceso a Juan de Arco', de Robert Bresson]. Recuerdo el sonido del fuego cuando lo encendieron como una cosa tremenda.