Artículos

El 24-F por la mañana

Militares dudosos se quitaban las botas aliviados de no tener que esgrimir los sables oxidados del 36

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La mañana del 24 de febrero de 1981 fue soleada en blanco y negro. Los últimos nostálgicos de la dictadura saltaban por las ventanas del Congreso de los Diputados como aquel soldado que soltó el fusil escapando de Alemania del Este en busca de la democracia. Los diputados que habían puesto los ladrillos de la Transición desde el 75 salían del Congreso a las 11.50 con los ojos deslumbrados por la mañana como los mineros que surgen a la luz después de muchas horas en el pozo de la mina. Los periodistas de la generación de Suárez que se inventaron el 'Cambio 16' y una colección de semanarios para poner tinta a la libertad de expresión se abrazaban con sus directores frente al Palace. Los ministros del Gobierno del tránsito entre Arias Salgado y Calvo Sotelo buscaban atónitos a sus escoltas detrás de los leones de la Carrera de San Jerónimo. El vientecillo de la sierra madrileña agitaba en los quioscos la portada de 'El País' con aquella edición de la madrugada de los tanques que pregonaba en letras de molde su adhesión a la Constitución. Los camareros de Riofrío en la plaza de Colón intentaban desentrañar el futuro de los comilitones habituales de sus mesas mientras disponían churros y porras para calmar el hambre de los decepcionados por el fiasco de Armada y Milán del Bosch. Se abrían con titubeo los portales en Vallecas y en Recalde y los activistas del PCE y Comisiones o del nacionalismo temeroso desandaban el camino a su casa después de una noche de clandestinidad sobrevenida.

El decorado del intento de retorno a la España en color sepia se desmontaba con la misma rapidez que Tejero negociaba su rendición y la trama civil del incauto García Carrés se desvanecía como si nunca hubiera existido. Militares dudosos en cuarteles de Sevilla, Barcelona o Valladolid se quitaban las botas para echar una cabezada en los cuartos de banderas aliviados en el fondo de no tener que esgrimir ante el pueblo los sables oxidados del 36. Alguien en la redacción de 'El Imparcial' recogía colillas y tazas de café mientras la voz de José María García 'butanito' retransmitía los últimos minutos del golpe con el acento crispado pero inofensivo de las tardes de fútbol. Y en el salón de los hogares los transistores se relajaban creando en las familias un ambiente de rutina como la resaca de un domingo por la tarde.

La nación constitucional se despertó aquella mañana del 24 de febrero con el sabor agridulce de que todavía se había colado por las costuras de la democracia una inesperada conspiración involucionista. Pero con el bálsamo que despejaba el futuro de tricornios y uniformes a la vista del espectáculo tragicómico del pistolón de Tejero enfrentado a la integridad de Adolfo Suárez y la firmeza de Gutiérrez Mellado reflejo de una voluntad democrática popular sin vuelta atrás.