La familia sembró de carteles la costa marroquí. :: OSCAR CHAMORRO
REPORTAJE

Tragados por el Estrecho

El empresario José Quijada no es el único gaditano al que se busca en Marruecos

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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La pesadilla de Remedios Cruz comenzó el 3 de noviembre de 2009. Un martes cualquiera, ni mejor ni peor que el resto. A las siete de la tarde le sonó el móvil. Regresaba a Sevilla en un autobús de línea, desde Alcalá de Guadaíra. Detrás de los ventanales arreciaba el temporal. El viento doblaba los árboles y amenazaba con tumbar las papeleras. Llovía a cántaros. Remedios se alegró de no estar fuera. Cogió el teléfono sin prisas, tranquilamente, como si tal cosa. Y entonces le cambió la vida. Alguien, en mitad de un caos de interferencias, le gritó: «¡Apunta estos números y llama a la Guardia Civil!». Se puso tan nerviosa que no acertó a encontrar el bolígrafo. Tampoco había papel dentro del bolso. La chica que iba a su lado se ofreció a tomarle el recado. Sin entender nada, fue repitiendo en voz alta una serie de números absurdos, aparentemente inconexos, que aquella extraña anotó en la hoja suelta de una libreta. Después supo que eran coordenadas. Coordenadas marítimas. Su hijo le pedía ayuda desde las costas marroquíes, en la otra orilla del Estrecho de Gibraltar. Aún no ha vuelto a verlo.

José Quijada, el dueño del Bazar Séneca desaparecido en Tánger el 18 de enero, no es la única persona a la que se le ha perdido el rastro durante un viaje a Marruecos. La Policía busca a varias más, entre ellas, cómo mínimo, a dos gaditanos: Moisés Ramírez García y Fernando Cabeza Ferrón; a dos sevillanos (Manuel Ríos Cruz, el hijo de Remedios, y Juan Pérez Arauz); y a un malagueño (José Romero). Las circunstancias de sus desapariciones son radicalmente distintas, pero la angustia de sus familias es exactamente la misma: nadie sabe si están vivos o muertos, si continúan o no en territorio marroquí y, en algunos casos, ni siquiera está claro si llegaron o no a tomar tierra. Las dificultades para 'investigar' fuera de nuestras fronteras, y la sensación de desamparo con que los implicados viven la lentitud o la falta de resultados de las pesquisas policiales ha hecho que el padre del almeriense Joaquín Fernández García (del que no hay noticias desde el 11 de septiembre de 2008) haya constituido una asociación que se centra en los casos relacionados con «el embudo del Estrecho», sin obviar el resto.

Mil días sin Moisés

La barriada 15 de junio linda con la de El Saladillo, en Algeciras. Es un conjunto de casitas bajas y rojas que se levanta detrás de una explanada llena de baches, arena, gravilla y jaramagos. Hay ropa tendida en los balcones y grupos de adolescentes que matan el tiempo jugando a las cartas, tumbados en un terraplén. Allí vivía Moisés Ramírez García, de 17 años, un chaval alto (1,80), de complexión fuerte, al que los médicos habían diagnosticado un leve retraso mental. «Todo lo que le sobra de aquí -dice su madre, señalándose el brazo-, le falta de aquí -se lleva la mano a la sien-».

Mercedes García habla de él en presente, siempre en presente, aunque hace más de dos años que no tiene la certeza de que siga vivo. ¿Qué pasó? El 22 de julio de 2008, Moisés se fue a dormir a casa de su tía. Al día siguiente tenía previsto acompañar a su novia, Soledad, al ginecólogo. Estaba embarazada. Pero cuatro individuos fueron a buscarlo en un coche blanco. Moisés habló un rato con uno de ellos, después se subió al vehículo y desapareció para siempre. No se despidió de nadie. No llevaba ropa, pasaporte ni dinero. Sencillamente se fue.

La familia dio la alarma en Comisaría tras la primera noche de ausencia. «No, no era normal. Y menos sin avisar». La Policía comenzó a investigar los hechos, aunque advirtieron a Mercedes de que aún era pronto para darlo oficialmente por desaparecido. Ante la lentitud del proceso, su padre, Miguel Ramírez, decidió hacer sus propias averiguaciones. Y no fueron nada tranquilizadoras.

En el coche, según la familia, iban «el Yeguas, el Pinchito, el Torero y un tal Peter, de Gibraltar, bastante conocidos todos porque se dedicaban al trapicheo. Mi marido los buscó, pero no querían hablar, así que cogió a uno de ellos por las bravas, le dio dos hostias y le sacó que Moisés había ido a Marruecos en una barca, con Fernando Cabeza, 'El Monito', a 'dar un viaje'. No sé por qué aceptó, cómo le comieron el coco, porque era un niño chico, hacían con él lo que les daba la gana».

A partir de ahí, la familia de Moisés, al completo, se volcó en intentar llenar todos los huecos de esta historia. Descubrieron, por ejemplo, que el chico pasó la primera noche en el chalé de uno de ellos, y «que la embarcación y el motor con el que salieron al mar eran robados». Miguel, después de remover Roma con Santiago, logró por fin entrevistarse en el Peñón con Peter, 'el inglés'. «Nos dijo que lo último que sabía de ellos es que habían llamado a su contacto en Marruecos, el que los esperaba en la otra orilla, porque no localizaban el punto de encuentro». «Estamos viendo un ferry», avisaron. «Por ahí no es», les corrigió el otro. «Ahora veo una patrullera...». Después, nada.

Hallazgo en la costa

En julio no hacía mal tiempo, el mar estaba en calma, y la opción del naufragio se esfumó cuando la Gendarmería marroquí halló la barca en tierra. Además, el móvil de Moisés dio llamada durante días. «Es difícil que se cayeran los dos al agua». A Miguel Ramírez comenzaron a llegarle rumores. Puede que el 'cerebro' de la operación eligiera a dos chavales jóvenes e inexpertos precisamente porque no se fiaba de su contraparte en el 'asunto'. Puede que 'el jefe' les debiera dinero «a los moros», o que se la tuvieran guardada por algún negocio anterior, que no salió del todo bien. Puede que hubieran cogido a Fernando y a Moisés como rehenes, y que 'el patrón' español se negara a pagarles el 'rescate'. Puede que a la policía de allí se le fuera la mano, y que después optara por deshacerse de los cuerpos para evitar problemas diplomáticos. «Nos fuimos enterando de casos parecidos, de españoles a los que se les había obligado a trabajar en las plantaciones del interior para saldar las deudas de sus 'capos', y aunque la Interpol también estaba con esa idea, al final Miguel decidió ir él mismo a Ketama», explica Juan Luis, su tío.

Miguel ha visitado siete veces Marruecos. Se ha entrevistado con altos responsables de la Gendarmería, ha pegado carteles por todas las ciudades costeras en un radio razonable y, finalmente, se ha hecho pasar por un narcotraficante español para lograr meter las narices en los bajos fondos magrebíes. «Se ha jugado la vida», dice Mercedes. «De Chaouen tuvieron que salir pitando porque lo descubrieron y lo amenazaron de muerte». Ahora está cansado, «de baja, harto de pastillas», pero no pierde la esperanza.

Tampoco Remedios Cruz, la madre de Manuel Ríos, el sevillano de 23 años que salió «a pasar un fin de semana fuera, con sus amigos del gimnasio», y del que su familia continúa sin noticias. «Lo último que me dijo antes de perderse al otro lado del Estrecho-cuenta Remedios- es que dejara de llorar. 'Por Dios, no llores', me dijo. Después se cortó».