FORMARSE O MORIR

Por fin empieza a divulgarse, en serio, el mensaje de que la educación es la única vía para remontar el vuelo

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Recortes salariales, recortes en ayudas sociales, recortes en infraestructuras, recortes en sanidad, recortes en tecnología. recortes. Recortes con mayúsculas. Desde que en 2008 la crisis comenzara a golpearnos duro, el objetivo del Gobierno de España ha sido reducir el gasto público. Como no podía ser de otro modo. Había, y hay, que controlar el gasto en vista de que los ingresos caían -y siguen cayendo- a una velocidad que ni el más avispado de los analistas económicos se atrevía a vaticinar por aquel entonces. Durante años vivimos un espejismo en el que todos nos creímos mucho más ricos de lo que en realidad éramos. Y ahora toca purgar nuestros pecados.

Sin embargo esos recortes, absolutamente necesarios para volver a poner los pies en el suelo, no son la solución a nuestros problemas. Son solo parches que nos permitirán seguir 'vivos' un tiempo más, pero que no curarán nuestra enfermedad. Pan para hoy y hambre para mañana. La solución definitiva a los problemas de España no va a llegar a través de la contención, sino de la creación. Una vez puestas en marcha todas esas medidas restrictivas, toca buscar ahora las que creen riqueza. O al menos las que generen ingresos superiores a los gastos. Tan fácil como eso. O tan difícil.

No existen fórmulas mágicas. La única manera de que algún día de verdad seamos un país, una provincia, próspera es empezar a construirla desde la base. Apostar por la formación. Volcar todos nuestros esfuerzos en ella. Ver en los niños de hoy la única solución a nuestros problemas mañana. Porque ellos son los únicos que nos pueden sacar de este trance de una forma sólida y real. Ángel Gabilondo, ministro de Educación, lleva pregonándolo desde que tomó posesión de su cargo: "No hay otro camino para salir de la crisis". Son palabras suyas que todos debemos hacer nuestras. Hasta ahora no le habíamos prestado atención, tan centrados como hemos estado en los recortes. Pero parece que su discurso empieza a calar.

El viernes esta casa organizó, junto con ABC y el BBVA, una charla en la que se ofrecieron claves fundamentales para, al menos, tener la esperanza en un futuro mejor. El encargado de poner los puntos sobre las íes fue el economista jefe de BBVA Research, Rafael Doménech, quien dejó clara, fundamentalmente, una idea: «Educación no es gasto, es inversión». Doménech dio datos escalofriantes. El nivel de fracaso escolar en Andalucía, y por ende en Cádiz, es del 30%. Tres de cada diez chavales abandonan el colegio a las primeras de cambio. Prefieren -o han preferido estos últimos años, porque ya eso se acabó- subirse a uno de los miles de andamios que había en las miles de obras iniciadas al cobijo de la burbuja inmobiliaria, que apostar por formarse y prepararse para el futuro. No hace falta ser sociólogo para saber que en la inmensa mayoría de los casos no lo hicieron por necesidad. No hablamos de los años de la posguerra. Hablamos de gafas de sol de marca, coche tuneado y cien euros en el bolsillo para irse de copas con 17 años. Lo de seguir estudiando, para los empollones. Sin embargo, la culpa, con esa edad, no es exclusiva de ellos, sino de la cultura que, entre todos, hemos fomentado, en la que el esfuerzo no está precisamente en el primer puesto del ranking de valores.

Esa es la realidad que, por desgracia, tenemos. Una realidad que ha hecho que 240.000 andaluces menores de 30 años hayan dejado el colegio antes de cumplir los 16. Lo que traducido resulta que adolecemos de mano de obra cualificada. Tenemos demasiados proletarios. Nos duela o no. Porque al margen de la vergonzante cuota de abandono de los estudios, el nivel de los que sí siguieron estudiando más allá de la enseñanza obligatoria tampoco es para ir presumiendo. El informe Pisa, ese que mide nuestro grado de conocimiento, nos da un leñazo tras otro. Hay que prepararse más y, sobre todo, mejor. Hay que invertir más dinero en educación para ponernos a la altura de Europa, donde el gasto en formación está por encima del cinco por ciento mientras que en España apenas supera el cuatro. Hay que tomar decisiones pensando en los estudiantes, no en los votantes. Hay que analizar si de verdad es efectivo dejar todas las decisiones en manos de las autonomías o si no sería más eficaz hacer una política más unitaria, donde un joven de Puerto Serrano tenga las mismas oportunidades que uno de Madrid o Barcelona. Y sobre todo, hay que optimizar todos y cada uno de los euros invertidos para que esa enseñanza sea de verdad efectiva. No vale con cursos de formación para desempleados que, en buena parte, solo sirven para maquillar las cifras del paro. Que les pregunten a los ex Delphi. Porque si se hace bien, cada céntimo invertido, con los años, ese alumno lo devolverá con creces a la sociedad gracias a su trabajo. Un trabajo cualificado que a su vez creará más trabajo. No como ahora, que los pocos que hay con un nivel decente se marchan a otros países al cobijo de la Angela Merkel de turno.

Ya que estamos en época de vacas flacas, sacrifiquémonos, pero no a fondo perdido. Puestos a apretarnos el cinturón, servidor prefiere hacerlo sabiendo que parte de la tajada que Hacienda se lleva de mi nómina, de mi paquete de Ducados, de mi gasolina, va a emplearse en dotar de más medios a los colegios, a las universidades, a la investigación.

Lo dice Gabilondo. Lo recordó Doménech. Entre todos debemos hacer el esfuerzo. Todos debemos concienciarnos y comprometernos. La solución definitiva pasa por empezar desde abajo. Será la única forma de dejarles a nuestros hijos una base sólida para que la prosperidad sea duradera y no un espejismo como el que hemos vivido en los últimos años. Porque esa base sólida son ellos mismos.