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Consuelo de listos

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Muchos vivimos demasiado conectados. Del radiocafé, al cibedesayuno, pasando por el coche FM, antes de pasar el día ante el ordenador. E-mail en el bolsillo y el almuerzo frente al Telediario. Nos arriesgamos. Para empezar, a vivir en pequeños lapsos que transcurren entre pulsar dos veces F5, a creer que siempre tenemos un mensaje que leer o escribir, que hay algo urgente que saber constantemente. El 99% son estupideces aplazables. Esto se va a acabar. No es vida, es un remedo repungante que atonta de forma crónica. Pero mientras aplicamos tratamiento (¿será esto el ‘soma’ del ‘mundo feliz’ de Huxley?) estamos expuestos también a la machacona ‘introducción’ de cualquier mensaje.

Por ejemplo, la pasada semana, Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura, hizo una gira de medios. En un par de días, desayuno en La Primera, entrevistas en dos o tres emisoras de radio nacionales, titulares en varias webs... Su segundo apellido, convertido en amenaza cumplida.

Pese a que parece uno de los representantes institucionales más sensatos y creíbles (tres o cuatro deben de quedar en España), una coletilla machacona aparecía en cada intervención. Imposible que fuera casual. La frase, siempre, dicha o escrita igual, sin una preposición cambiada. Se le preguntaba por la necesidad de adelgazar la administración autonómica. En la respuesta, siempre incluía: «Es que todos, gobiernos, empresas, familias o particulares, hemos vivido muchos años por encima de nuestras posibilidades». Esa frase omnipresente se ha convertido en uno de los lugares comunes más peligrosos que se han instalado entre nosotros desde que la gran crujida hizo su aparición, allá por 2008. Para justificar excesos (bancarios, administrativos, empresariales, especulativos...) que en algunos casos son criminales se utiliza como escudo que todos nos enriquecimos, todos abusamos, cada cual en su entorno, a escala, hasta el último mindundi.

Esa falsedad esconde algo tan judeocristiano como el sentimiento de culpa. «Tengo lo que me merezco», viene a ser la síntesis. En realidad, parece una coartada para los que mangaron y una pesada bola, amarga, injusta, para todos los demás. Ese argumento genérico sirve igual para justificar despidos, abaratarlos, disparar intereses, prolongar la vida laboral, alejar pensiones, eliminar subsidios y recortar pagas a los congénitamente recortados. Si se da por bueno, cualquier sacrificio que nos pidan es asumido como una condena merecida. Cobramos demasiado. Nos jubilamos demasiado pronto. Vivimos demasiado bien. Ya sé que hubo mucho nuevo rico de barrio que respalda con su ejemplo esta creencia. También los conozco. ¿Pero qué fue de los demás?

Recuerda que fuiste rico

Por más que lo escucho, por más veces que lo digan Fernández Vara o los otros 5.000 profetas de los malos tiempos, bienintencionado alguno, va a resultar que no. Por más que lo repitan. Somos muchos (miles de miles, puede que no mayoría pero jamás minoría) los que nunca pedimos un crédito que no pudiéramos pagar. Ni compramos una casa que costara más de 100.000, ni cobramos jamás un sueldazo, ni tuvimos coche, dietas, tarjeta, taxi, tinte ni prostitución a cargo de la empresa.

Somos unos cuantos los que o siempre ahorramos o, al menos, tuvimos la conciencia de que endeudarse con frivolidad era propio de cretinos. Así que no lo hicimos. No comprábamos para vender ni tuvimos nunca nada de alta gama. Ni ganas. Estaba asumido. Siempre desconfiamos de que los bancos nos quisieran prestar más de lo que pedíamos y supimos que faltar al trabajo sin justificación estaba mal –aunque faltaran la mitad–. Siempre tuvimos miedo a perder el trabajo porque, como lo demás, desde chicos, nos dijeron que el paro era una plaga. No tenemos segunda residencia y los mayores lujos fueron un tapeo más de los presupuestados cada mes, algún juguete tecnológico o un viaje pagado a plazos. ¿Dónde están esas posibilidades superadas? ¿Qué errores estamos pagando?

Lo que recuerdo, antes de todo esto, también son pensiones indignantes, mileurismo, vivienda imposible, infravivienda... ¿A los que sufrieron algo de esto se les piden más estrecheces en nombre de la abundancia que nunca conocieron? Si algún daño le hemos hecho al sistema es tener pocos hijos, no chingar lo suficiente. Va a ser que los privilegios siempre son particulares y los sacrificios, universales. O casi, porque muchos privilegiados, aún hoy, no los tocan. Solo los predican.

Prédica para el dolor ajeno

Los que nunca se excedieron, ya pagan. Los funcionarios, de esos que necesitamos más, de esos que atienden. Y los pensionistas. Y los asalariados. Y los jóvenes a los que se les exigirá trabajar más en un país que no sabe crear trabajo. Los apretados ya se aprietan.

De los demás, no hay noticia de sacrificio. La aristocracia de la administración (no los que nos atienden) sigue inflada de asesores, teles, consultores, instituciones duplicadas. 17 defensores del pueblo autonómicos y uno nacional. ¿Quién le queda para defender?.

Los privilegiados carecen del hábito del esfuerzo. Los que les piden a los demás que rebajen su sueldo, que se despidan de su nómina, que trabajen más años están afectados también. Ahora llegan al club de pádel (o al chalé, o al coche oficial, o al asiento bussiness) destrozados. El ánimo les huele a pies. Tienen malita cara. Eso de despedir o exprimir a tantos para mantener los privilegios es tan, tan doloroso. Pobrecitos. Menos mal que ellos saben que la plebe tiene lo que se merece, que se lo ha buscado.

¿A quién se le ocurre comer?