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MOVER EL BANQUILLO

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Ya que los bancos siguen cerrados, o bien «herméticamente entreabiertos» para algunos, que dijo aquel concejal de Cultura de un pueblo, nuestro tenaz presidente del Gobierno decidió mover el banquillo. La verdad es que no cabían en él los aspirantes a titulares, los que querían pasar a la Historia a pie de página, mientras la gente los pone al pie de los caballos. Hace falta no sólo mucho valor, sino valer muy poquito para desear el hospedaje de sus posaderas en sillones tan traqueteantes. ¿Cuántos adictos condicionales le quedan a Zapatero que aún no hayan ostentado el cargo? Sólo los eruditos del futuro podrán hacer la cuenta, pero sabemos cómo es el linaje. Abel Martín, maestro de Juan de Mairena, definió con precisión a cierto erudito de la época: «aprendió tantas cosas, que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas».

Se ha movido el banquillo, pero no sabemos si esa apetecible madera es la misma que está prevista para fabricar ataúdes. Depende del ebanista. En su mano está hacer una tabla de salvación o una canoa capaz desurcar las turbias aguas de la crisis. Los analistas políticos, que taparían la calle si se manifestaran, nos van a dar la tabarra los días siguientes al relevo. Quienes distamos de saber del tema nos alegramos de que hayan ido algunos en la misma medida que deploramos la llegadas de otros.

Lo cierto es que ha ganado Fouché. Siempre el vencedor de las intrigas cortesanas, esas donde el ambicioso no muere, pero al más astuto nacen canas, es el más hábil. En el caso de Rubalcaba no debe temer a que el pelo se le ponga blanco: su fiel alopecia lo impedirá. Qué tenga suerte en su gestión, por el bien de casi todos. Está claro que el presidente no ha querido caerse con todo el equipo y por eso lo ha renovado.