Opinion

Carta de despedida

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Muy justito deben andar en el cielo de ángeles cuando han mandado a llamar a «mi abuela Antonia».

Pues si, es cierto, a sus ochenta años y con toda una vida de sacrificio y dolor, Antonia, nos dejó a todos.

Tras de ella una estela imborrable marcada de humildad, amor, caridad y actos de buena fe.

Antonia será recordada siempre por todo el mundo, en especial, por el barrio de «La Albarizuela» donde hizo de «su calle Arcos» un paraíso terrenal.

A sus espaldas una vida altruista, ayudo siempre que pudo al que lo necesitaba, dio pan al hambriento y agua al sediento y cobijo a aquel que se encontraba solo.

Me han contado que en cierto ocasión ayudo a una familia desahuciada y la mantuvo en su casa hasta que pudieron valerse por si solos, eternamente agradecidos. Nunca tuvo una mala palabra para nadie y por sus gestos denotaba que no era de este mundo. Sufría como nadie el mal ajeno, incluso la vi llorar por gente que no conocía de nada. Tenia unos valores como persona que la hacían muy grande y creo personalmente que se los dejo de herencia a su nieta Marina, de solo seis añitos. Gracias a ella he tenido una infancia muy feliz, y es que era mi segunda madre.

Nunca creía que iba a decir esto, pero me alegro de que este ahí arriba porque aquí cumpliste como nadie y arriba seguro que al «jefe» le hace falta una manita. Te quiere mas que nunca: Tu nieto Israel.

israel bernal aguilar.