:: MIGUEL GÓMEZ
Ciudadanos

Rabia, preguntas y cintas de precinto policial

La calle Cal y Canto permaneció ayer dos horas cortada, sitiada y masificada, mientras era «escenario del crimen» Los vecinos del barrio pasan de la sospecha y el silencio a los gritos entre cámaras y curiosos

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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El lunes por la tarde, nada más hallarse el cuerpo de Mercedes Tello, Guillén Moreno entró en un estado de afonía colectiva. Se hablaba poco y bajito. En corros discretos. Cuando se preguntaba, nadie había oído nada. Ladridos, quizás. Nadie sabía nada. Miedo y sorpresa se mezclaban para anestesiar las palabras.

Ayer, 48 horas después. Las voces ya se habrían paso. Muchos miles de palabras impresas o emitidas por radio y televisión. Dos días de conjeturas, espanto y chismes. Muchos coloquio en cada esquina. No se hablaba de otra cosa en el barrio. Ni en el resto de Cádiz.

La inspección de la vivienda de El Kiki fue la escena que provocó la catarsis. Había que gritar la rabia acumulada, preguntas sin respuestas. Cuando el joven que ha confesado el apuñalamiento salió del monovolumen camuflado, estallaron todas las voces que estaban apagadas. «¡Asesino!». «¡Púdrete en la cárcel!». «¡Qué no salgas nunca!». Esos fueron los eslóganes más comunes en una manifestación espontánea.

El Cuerpo Nacional de Policía acordonó la calle con cinta de precinto policial justo al mediodía. Nadie pasaba. Ni entraba ni salía del número 7 de Cal y Canto, calle de nombre premonitorio convertida en «escenario del crimen».

Apenas 20 minutos después, la fila de coches a gran velocidad, el frenazo y la bajada acelerada. El Kiki va descalzo, esposado y con camiseta clara. Cara descubierta, mira a la docena de cámaras que esperan hace tres horas. Disparos fotográficos y miradas como obuses. Las dos horas que pasan entre la entrada y la salida del edificio concentran el mayor número de comentarios por metro cuadrado en un barrio que lleva dos días debatiendo.

La gente duda de sí misma: «Aquí hay mucho marrajo». Pero brota el sentido común: «Hay buena y mala gente, como en todas partes». Algunos buscan una explicación concreta: «Siempre le dije que no guardara dinero ni joyas», explica una señora. Otros buscan soluciones más allá de un caso concreto, por doloroso que sea: «Que busquen a los que venden la droga, a los que incitan a que hagan esto. Todo es culpa de la droga, de la puta droga».

Pero por encima de causa y origen, está el sentimiento, definitivamente liberado. Nadie se explica la crueldad, incluso dando el robo como un hecho común: «Llévate lo que sea, pégale un empujón y en paz. Pero 30 puñaladas...». El número reaparece: «Por 30 euros que le dieron por el televisor».

Y, finalmente, la verdad única, compartida por todos, el dolor por la muerte absurda. «Era buena vecina, buena mujer, fue buena hija». «Ayudaba a todo el mundo». «Nadie se lo esperaba». «No me lo puedo creer». Una vez tras otra. Las mismas frases, distintas bocas.

Cuando sale El Kiki, ya calzado y cambiado, vuelven los gritos, los abucheos. Incluso, vuela una vasija de cerámica que se estrella contra el suelo y obliga a la Policía a escoltar a pie el coche. Rota en pedacitos, como el silencio del barrio.