Sociedad

NOSOTROS LOS IMPRUDENTES

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Quienes las han contado dicen que la prudencia es una de las cuatro virtudes cardinales. Lástima que ninguna de ellas pasara al mismo tiempo sobre las vías del tren de Castelldefels en la noche de San Juan. La imprudencia es lo que más detiene el avance demográfico, pero no nos gusta que nos prohiban nada. Los jóvenes del célebre mayo francés, que son unos comedidos señores mayores, ahora indignados por el papel de su equipo en el Mundial, plagiaron a André Breton y a los surrealistas varios el eslogan de 'prohibido prohibir', pero hay cosas que debieran estar prohibidas, por ejemplo subir el precio de la luz y consentir que los políticos nos sigan aplacando con oscuras promesas. Nos enredan con discusiones sobre el 'burka' y el 'niqab', cuando eran muchos de ellos los que se tenían que tapar la cara por vergüenza.

Hubo un tiempo en el que todo lo que no estaba prohibido era obligatorio. Desde las tabernas donde un letrero nos advertía que estaba prohibido blasfemar sin causa justificada, a los libros escolares donde nos aconsejaban que los niños bien educados no debíamos escupir en la sopera. Llegaron los tiempos de libertad, que según Cervantes es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. «Por ella y por la honra debe aventurarse la vida», le dice don Quijote a Sancho, que era el mejor interlocutor de toda la llanura.

Estamos usando mal la aplazada y costosa libertad. Se pierde mucho tiempo debatiendo asuntos banales y no se aborda lo esencial. Eso sí que es imprudente. Los que vengan detrás ni siquiera van a poder arrear porque no hay caballos, aunque nos hayamos quedado de cuadra. Urgen los pactos y las coaliciones. Hay que intentar entenderse siempre con el rival, para que no se convierta en enemigo. Lo malo es cambiar ideas cuando los dos paquetes están vacíos.