hablando claro

El párroco y el himno

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Ocurrió el pasado Domingo, al finalizar la procesión Sacramental con Su Divina Majestad por las calles próximas a Santa Ana, según costumbre de la Sacramental Hermandad de la Candelaria. Con la Custodia ya dentro, y a punto de finalizar oficialmente el acto de culto público, el señor cura párroco toma el micrófono y manifiesta que mientras él tuviese los poderes en la Parroquia, el Himno Nacional quedaba «desterrado». Y se quedó tan tranquilo, suponemos. El estupor entre los miembros de la Hermandad fue mayúsculo, y entre la Junta de Gobierno aun mayor. El Hermano Mayor se quedó petrificado y me consta que el Teniente Hermano Mayor más.

La noticia causó el consabido revuelo y el señor cura ha manifestado que todo se debe a una escrupulosa separación entre Iglesia y Estado. Varias son las cuestiones que pueden comentarse al respecto. La primera es por lo que se refiere a la expresión destierro. Los himnos no se pueden desterrar, porque el destierro es una pena jurídica, ya en desuso, aplicada sobre las personas. Debería el señor cura cuidar las expresiones para no errar con la semántica. En segundo lugar, y aparte la cuestión de que el Observatorio de la Laicidad estará encantado con el señor cura párroco, ignorábamos por aquí que la vieja alianza entre el Trono y el Altar resucitase cada vez que se interpreta el Himno Nacional, también llamado Marcha Real, a las imágenes de Cristo y de María o al Santísimo Sacramento. En tercer lugar, Monseñor Repetto ha tenido a bien (¡qué bien ha estado Repetto, pero que bien!) puntualizar y clarificar la cuestión en torno a la interpretación del Himno en las procesiones. A su magisterio nos remitimos, y lo recordamos. La interpretación de la también llamada Marcha Real a las imágenes del Señor y la Virgen, y a Cristo Vivo en la Custodia, es muy antigua, y se significa con dicha interpretación el tratamiento de realeza que se la da a Jesús y a su Madre, como nos recuerdan, por ejemplo, la devoción de Cristo Rey o las invocaciones a la realeza de María en el Santo Rosario. Es un símbolo que para nada interfiere en la laicidad. Pero suponemos que el entendimiento de la misma es muy extenso para el señor Párroco de Santa Ana, que anda más cerca de los gibelinos que de los güelfos.