enmiendas al paradigma

Saramago, in memoriam

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Tal como transcurren los acontecimientos, uno sospecha que estamos condenados por muchos años a que nuestro ánimo, nuestras expectativas y nuestros sueños oscilen según lo haga la curva cíclica de la euforia/depresión económica. Nuestros proyectos de vida habrán de configurarse según la mareante biografía de los caballitos de feria: ahora subo, ahora bajo, y así por los siglos de los siglos. Lástima de nosotros… Pero los padres fundadores de nuestra cultura (mediocres burgueses de inmerecida fama, exaltadores del lucro como horizonte vital) así nos quisieron: más atentos al Debe y al Haber que a la propia vida, a la que sometemos a la más ingrata y concienzuda desatención. Porque es difícil vivir con un ojo puesto en la Bolsa, esa ruleta del casino global, y conseguir salir airosos en el empeño por hacerse una biografía digna en términos humanos.

Desvelados por absurdos y básicos problemas de tesorería que, a no ser por los listos del mundo, debieron quedar resueltos hace mucho tiempo, nuestros días han devenido oscuras noches del alma, pero sin mística ni conciencia ni nada: sólo la miseria de madrugones sin sentido, de tareas con finalidades sin gloria, de márgenes escasos para la ampliación de horizontes… Tal vez venciendo el miedo que se nos sirve con la diaria ración de supervivencia podamos sacudirnos la descomunal falacia en que andamos metidos.

Y es que somos más y mejores de lo que nos dicen que somos. Nada de «mónadas sin ventanas» llevadas por los vientos de mediocres proyectos colectivos evaluados con ratios de vulgaridad e intereses de mierda. Nada de sujetos sujetados a la rueda, siempre sedienta, de una productividad escasamente productiva en términos de auténtica riqueza. Nada de individuos atentos a incentivos calculados con criterios de estímulo-respuesta, al modo de perros experimentales. Nada de eso somos, a pesar de todo.

Un adiestramiento de siglos no ha conseguido reprimir del todo esa imprecisa insatisfacción que aparece al acabar el día. Una propaganda intensiva, omnipresente, no ha podido acallar esa sospecha de traición y engaño que socava nuestro residual optimismo. Habrá que impedir que estos días sembrados de cadáveres monetarios terminen con eso nuestro tan especial que hasta los especuladores más avezados renuncian a ponerle precio definitivo: la dignidad. Saben que es un valor explosivo, cuando se acorrala o sofoca.