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«Mi único sentimiento es de venganza»

Los ataques fueron perpetrados por dos mujeres suicidas que el Kremlin relaciona con las guerrillas del Cáucaso Norte

MOSCÚ. Actualizado: Guardar
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«La gente gritaba como si estuviese en el infierno, todo quedó cubierto por el humo». Uno de los testigos de la masacre apenas podía relatar el horror vivido. Y un joven repetía aún bajo los efectos del 'shock' que «fue aterrador». «Vi a una mujer abrazada a un niño y rogando que la dejasen pasar, pero era imposible», describía otro testigo. «La gente comenzó a correr, presa del pánico, cayendo unos sobre otros», añadió.

Yevgeniya Popova se sentía desorientada ante las cámaras. «Estoy asustada, en Moscú vivimos sobre un polvorín». Cerca de ella pasa un hombre de unos treinta años que está de visita en Moscú y lleva más de media hora tratando de localizar a su hermano. «Siento como si estuviera en una guerra. Mi único sentimiento es tomar venganza. ¿Contra quién? No lo sé todavía, pero esto no puede quedar sin castigo», sentencia.

Dos atentados terroristas en el metro de Moscú, con un balance provisional de 38 muertos y 65 heridos, diez de ellos en estado crítico, sembraron ayer la confusión y el caos en toda la capital rusa. La ejecución del brutal ataque se atribuye a dos mujeres jóvenes procedentes del Cáucaso Norte, que se inmolaron detonando el explosivo que llevaban adosado al cuerpo.

Después de años aplicando una política antiterrorista en Chechenia extremadamente drástica, de tierra quemada, que no ha escatimado vidas civiles e incluso abiertamente beligerante con las organizaciones de derechos humanos -algunos de sus responsables han caído asesinados en extrañas circunstancias-, resulta que a estas alturas el tándem formado por el primer ministro, Vladímir Putin, y el presidente, Dmitri Medvédev, continúa siendo incapaz de preservar a sus ciudadanos del zarpazo del terrorismo islámico.

Con los últimos años sin atentados en Moscú se había bajado la guardia. Ayer, al filo de las ocho de la mañana, en el segundo vagón de cabeza del convoy que se disponía a cerrar las puertas en el andén de la estación Lubianka, en cuyo exterior se levanta la sede del FSB (antiguo KGB), para continuar el trayecto en dirección noreste, una explosión acabó con la vida de la terrorista chechena que portaba la bomba y con la de veinticuatro pasajeros, entre ellos algunos de los que ya habían abandonado el tren y se dirigían hacia la salida o a hacer transbordo.

En declaraciones al canal de televisión NTV, una de las personas que en aquel momento se encontraban en los vagones de cola aseguró que se produjo una terrible vibración y se llenó todo de un humo denso que hizo que no se pudiera ver nada de lo que estaba ocurriendo. La gente, presa del pánico, trató de escapar como pudo. Al menos una mujer murió aplastada.

Escenas de pánico

Unos cuarenta minutos más tarde, cuando Lubianka empezaba a llenarse de policías y agentes de los servicios secretos, otro artefacto explotaba en la estación de Park Kulturi, situada cuatro paradas más al sur, en circunstancias casi idénticas. Se informó de que una docena de personas perecieron en el acto. Se produjo también una estampida y escenas de pánico cuando los que salían de la boca de metro comprobaron que algunas de las puertas habían sido cerradas por los empleados para impedir el acceso de más pasajeros y la afluencia de curiosos.

Ya con el aparato policial completamente desplegado, tanto dentro como en las inmediaciones de las dos estaciones objeto de los atentados, fueron cortadas todas las calles adyacentes, lo que provocó inmensos atascos en las entradas al centro de la capital. Los heridos más graves tuvieron que ser evacuados en helicóptero. Además, fueron cortadas las líneas de telefonía móvil en la zona para impedir otros posibles atentados. El resultado fue más pánico, desconcierto y caos.

Al no poderse poner en contacto con su seres queridos, muchos ya pensaron que algo terrible les había sucedido. Cientos de personas se agolparon junto al cordón policial, tratando de saber sin éxito si sus amigos o familiares estaban en el escenario de la tragedia. En medio del desconcierto surgieron multitud de informaciones falsas sobre más atentados en otras estaciones.

«Guerra sin cuartel»

Las cotizaciones bursátiles cayeron como un plomo y en la calle se empezó a hablar de un posible intento de desestabilización del país. Eso mismo pareció opinar Medvédev, que visitó por la tarde una de las estaciones, y también el presidente checheno, Ramzán Kadírov. El jefe del Kremlin declaró que «seguiremos aplastando el terrorismo» y llamó «fieras» a los que lo practican, prometiendo que «serán liquidados» en una «guerra sin cuartel». Pocas horas antes, Putin ya había pronunciado la misma frase, repetida hasta la saciedad desde 1999, cuando fue nombrado jefe del Gobierno en mitad del ataque a Daguestán lanzado por los hombres de Shamil Basáyev.

El director del FSB, Alexandr Bórtnikov, indicó a Medvédev que fueron dos mujeres las que perpetraron los atentados y procedían del Cáucaso Norte. Con casi toda seguridad, viudas de guerrilleros chechenos muertos. Bórtnikov dijo que fragmentos de sus cuerpos fueron hallados en el lugar de los hechos y eran muy jóvenes. Según sus palabras, los explosivos eran caseros, confeccionados con ciclonita, muy utilizada por los grupos islámicos en Chechenia, Ingushetia y Daguestán, y con una potencia equivalente a entre 1,5 y 4 kilos de trilita.

La Policía informó del hallazgo de un cinturón de bombas intacto en Park Kulturi, noticia que fue después desmentida. Gracias a las cámaras de seguridad del metro, se ha podido determinar que las dos kamikazes estuvieron acompañadas por otras dos mujeres y un hombre.