El presidente de EE UU, Barack Obama. / Michael Reynolds (Efe)
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A Obama se le agota el tiempo

El mandatario encara 2014 con múltiples retos pendientes y su popularidad en uno de los niveles más bajos desde que es presidente

MADRID Actualizado: Guardar
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Uno de los dichos más extendidos de la política estadounidense viene a rezar que un presidente solo dispone en realidad de una fracción del tiempo que pasa en la Casa Blanca para materializar su programa. Los dos primeros años los pasa, comentan los analistas, aprendiendo a manejar los resortes del poder. Le resta así la mitad de su primer mandato y parte de ella ha de dedicarla a su campaña por la reelección. Lograda ésta es cuando, a priori, cuenta con mayores posibilidades de cumplir sus promesas. Pero ha de darse prisa nuevamente. El ritmo es vertiginoso en Washington y enseguida llegan las elecciones legislativas en las que se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Los inquilinos del Capitolio multiplican su labor de equilibrismo entre lo que demandan sus votantes y los deseos emanados del Despacho Oval. Y cuando estos comicios terminan, el máximo mandatario del país es ya lo que se denomina un 'pato cojo', despojado de buena parte de su influencia ante su próxima salida del 1600 de Pennsylvania Avenue. Este es el escenario en el que se halla inmerso un alicaído Barack Obama al que se le agota el tiempo si quiere acercarse a eso que un día vaticinó el exsecretario de Estado Colin Powell que podría ser: un presidente transformador.

Obama inicia en este mes de enero el segundo año de su segundo mandato. Y no se puede decir que llegue en buena forma. Por el contrario, lo alcanza con su popularidad de capa caída a causa de los problemas en la implementación de la que por ahora es la iniciativa por la que será recordado, el llamado 'Obamacare'. También parece estar a la baja su capacidad de liderazgo a escala global, después de recular en su propósito inicial de llevar a cabo un ataque contra Siria en respuesta al uso de armas químicas por parte del régimen de Bachar el-Asad. Una marcha atrás que fue convenientemente aprovechada por el presidente ruso, Vladímir Putin, para robarle plano. Y, si bien en un plano mucho más anecdótico, tampoco estuvo fino posando junto al 'premier' británico, David Cameron, y la primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt, para uno de los 'selfies' del año. El gesto de fastidio que parecía emanar de la cara de su esposa Michelle vino a constatar la pifia en lo que, por lo demás, había sido uno de sus momentos más lúcidos de los últimos meses, el bello discurso con el que honró a uno de sus héroes, Nelson Mandela.

Necesita el presidente de Estados Unidos, por tanto, dar un golpe de timón si quiere que no se diluya para siempre la magia que le aupó a la Casa Blanca. Y ha de hacerlo rápido ya que el nuevo año arranca con múltiples retos pendientes.

Complicada agenda

Entre los más apremiantes se cuenta el siempre presente techo de deuda que le ha provocado a Obama no pocos dolores de cabeza desde que ocupa la presidencia. Pese a que en diciembre el Congreso de Estados Unidos alcanzó un acuerdo presupuestario bipartidista, el primero en años de este tipo, a finales de febrero será necesario elevar nuevamente el límite máximo de endeudamiento de la Administración, lo que podría desatar una nueva batalla entre demócratas y republicanos que devuelva al primer plano de la actualidad económica los fantasmas que se exorcizaron temporalmente en octubre con un acuerdo 'in extremis' que dejó herido al líder de la Cámara de Representantes, John Boehner. El debate volverá a servir para calibrar el liderazgo de Boehner ante las nuevas presiones que es previsible que deba encarar por parte del sector más radical de su formación, el Tea Party.

También en clave interna, Obama tiene pendiente la reforma migratoria que empleó como uno de los principales caballos de batalla durante las elecciones que le enfrentaron a Mitt Romney y que sigue encallada en el Capitolio. Aquí también se la juegan los republicanos, con congresistas del Tea Party que azuzarán el miedo a una legalización masiva frente a otros correligionarios más moderados que tienen buenos motivos para preocuparse ante el perjuicio electoral que conlleva para su partido un discurso de 'mano dura' con los irregulares en un Estados Unidos cada vez más multirracial. Algunos de los políticos que se perfilan como potenciales candidatos republicanos de cara a las presidenciales de 2016, caso de Marco Rubio, pertenecen precisamente a esas minorías y no se pueden permitir veleidades en este sentido.

Y a escala internacional, Obama aún necesita una carta ganadora, apagados ya los ecos de una exitosa operación en Libia que acabó con la dictadura de Gadafi sin derramamiento de sangre estadounidense pero que suscitó poco entusiasmo en el país de las barras y las estrellas. El as del presidente podría ser el hasta ahora irresoluble conflicto israelo-palestino, el mismo al que todos los mandatarios han mirado durante el último medio siglo en busca de su lugar en la historia. Quien más cerca estuvo de rubricar la partida con una victoria fue Bill Clinton, precisamente el mandatario de cuyos asesores se nutre en buena parte el primer presidente afroamericano de Estados Unidos. Aparentemente distanciado de Oriente Próximo durante su primer mandato -Asia parecía ser su gran obsesión-, el líder demócrata ha vuelto el rostro ahora hacia esa zona siempre caliente, con su secretario de Estado, John Kerry, redoblando los intentos de lograr un progreso significativo en esta cuestión.

El jefe de la diplomacia estadounidense se encuentra esta semana en Oriente Próximo para presentar al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, el borrador de un acuerdo marco para la paz cuyos detalles concretos no se han revelado pero que, según algunas fuentes, aludiría a las fronteras de 1967 con algunos retoques, situaría Jerusalén como capital de las dos naciones y establecería la necesidad de que los palestinos admitiesen la existencia de Israel como "Estado judío". De que esta difícil empresa salga adelante podría depender que la política exterior de Obama obtuviese una alta nota que, por el momento, se le resiste también al presidente en el ámbito interno. ¿Será 2014 el año en el que por fin veamos al mejor Obama?