JORGE JAVIER VÁZQUEZ, PRESENTADOR

«Es duro asistir a la descomposición de la familia Matamoros»

Publica su primera novela, ‘La vida iba en serio’, donde relata sus comienzos profesionales, la aceptación de su orientación sexual o el temor a decepcionar a su padre

MADRID Actualizado: Guardar
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Es el rey absoluto de la prensa rosa en televisión. Jorge Javier Vázquez lidera las tardes con el programa ‘Sálvame’ y hace doblete con ‘Hay una cosa que te quiero decir’. En uno modera un patio de recreo lleno de contertulios a priori ingobernable. En el otro, media entre familiares y amigos que buscan redimir su relación ante el gran público. Entre una cosa y otra ha decidido desempolvar los recuerdos de su infancia y juventud, sus vivencias anteriores a alcanzar el estrellato, en ‘La vida iba en serio’, un manuscrito autobiográfico con pinceladas de novela en el que aborda sus comienzos profesionales, la aceptación de su orientación sexual o el temor a decepcionar a su padre. El ejercicio de catarsis personal lo lleva también a reconciliarse con unos orígenes humildes que durante años se empeñó en rechazar pero que, paradójicamente, lo conectan con una mayoría de la realidad social española. Su público, en definitiva.

Los recuerdos que coleccionó en su infancia y juventud no son precisamente dulces. 25 años pasados en San Roque, un barrio humilde y problemático de la periferia de Badalona conformado por bloques de viviendas en ocho alturas repletos de ropa tendida. En uno de esos bloques compartió 50 metros cuadrados con un padre estricto y distante y dos hermanas mayores sin tiempo para escuchar a un pequeño Jorge Javier intentando buscar su sitio. El único recodo de comprensión lo encontró en su madre, una mujer humilde y educada a la antigua que supo entender enseguida que su hijo, tan solitario, tan especial, no era como los demás. “Así como en mi bloque estaban el borracho o el drogadicto, yo era el marica. Quizá se nos tratara a todos por igual, con cierto toque de conmiseración”, narra en el libro. Con su madre, ‘la Mari’, podía sentirse libre de quedarse en casa y sacar las agujas para coser juntos o ver telenovelas. Su otra cómplice fue su tía Carmen, una “solterona” con la que compartió lecturas y películas de Almodóvar que forjaron en él la pasión por un Madrid como símbolo de libertad. Pero con ninguna de ellas pudo sincerarse, explicarles su sufrimiento por un deseo que ocultaba de día y saciaba de noche en saunas y cuartos oscuros bajo el foco del miedo y la culpabilidad.

En San Roque vivió también situaciones que le han servido para mantener siempre los pies en el suelo. “Toda mi vida he convivido con el fantasma del paro, cualquier crisis se cebaba muchísimo con la gente de mi barrio y el único trabajo que tenían muchos cabezas de familia era limpiar el coche todos los días. También he visto maltrato y cómo la heroína se cargó a una generación. Fíjate como sería mi barrio que el artista Miguel Poveda, que también es de Badalona, me decía que le daba miedo ir a mi barrio, por si le robaban. Pero ha sido precioso volver y hablar con los vecinos, me he reencontrado con una historia de mi vida que había dejado totalmente olvidada”, explica con voz tranquila.

En las distancias cortas, Jorge Javier Vázquez es cercano y natural, sin pose alguna, y ninguna pregunta queda sin respuesta. Parece incluso aliviado de haber regurgitado unos recuerdos que le dolían dentro y con los que se ha reconciliado en 253 folios y muchas horas gastadas en ordenar el trastero del pasado. Entre las páginas se encuentran vivencias desconocidas por la mayoría, como sus coqueteos con el Opus Dei. “No lo recuerdo del todo mal, estuve yendo a un centro cuando hacía BUP en Badalona. Iba a retiros espirituales, podía ayudar en misa y me confesaba. Para mí era cómodo, de repente encontré un sitio donde me aseguraba la salvación eterna y además, en una casa en la que convivíamos con el fantasma del paro, sabía que podía acabar dando clases de literatura en un instituto y tener la vida resuelta”.

Admite que el libro le ha ahorrado más visitas al psicólogo, como una terapia de choque en la que se ha encontrado a menudo llorando ante el ordenador mientras cambiaba pasajes de su vida. Sin embargo, la parte más complicada de su vida no ha entrado en esas páginas. El libro solo abarca hasta su salto a la televisión. Y ahí se detiene. “La segunda parte es aún más dura. El conocer la popularidad, cómo influyó en mi vida y la época del tomate (el programa ‘Aquí hay tomate’) que fue muy complicada, con varios descensos a los infiernos”. Confiesa que no está preparado todavía y que necesitaría una conversación con su familia antes de dar el paso. “No es una época de la que me sienta realmente orgulloso, no por el trabajo, sino por lo personal, de cómo de la noche a la mañana me convierto en una persona muy conocida en el país y no estaba preparado. Es muy complicado porque cambia fundamentalmente la manera en la que te trata la gente y surgen situaciones que te cuesta entender y afectan a tu vida, hasta que colocas todo de nuevo e intentas que no te afecte”.

Entre bambalinas

Una década más tarde y superado el encontronazo con la popularidad, se encuentra cómodo en un papel que parece hecho a medida. Cada tarde, en ‘Sálvame’, dirige su ‘cortijo’ sin despeinarse, un show teatralizado en el que contertulios e invitados hacen malabarismos con noticias, rumores, escándalos y demás parafernalia para completar cuatro horas de intenso directo. Niega sin embargo que los dramas vividos en el plató tengan un guion detrás, tampoco los encontronazos entre los hermanos Kiko y Coto Matamoros. “Lo estoy viendo como una película. Kiko dice que se parece a ‘El desencanto’, la película de los Panero que narraba la desintegración de la familia, y me parece duro asistir en directo a esa descomposición de una familia. La gente piensa que es mentira pero no lo es, después de cada desencuentro, Kiko te cuenta que ha pasado el fin de semana fatal, tocado y llorando, claro, porque no deja de ser su hermano”.

Historias vividas en directo en un programa que califica de “mero entretenimiento”, un espacio que consigue “hacer pasar buenos ratos” y olvidar la situación actual, “me parece algo mágico”. Por eso se indigna cuando le reprochan ser uno de los referentes de la llamada telebasura. “No me avergüenza presentar ‘Sálvame’, vergüenza me daría robar, estafar, parecerme a Iñaki Urdangarin”, afirma. “Sálvame es puro neorrealismo televisivo, televisión en estado puro, la vida en un corto espacio y, además, un programa donde jamás no se dice un taco no es un programa, es la retransmisión de la Santa Misa. Es difícil controlarse durante cuatro horas y veinte diarias y no me gusta la gente que no se moja, que no pierde los nervios, que pasa por la vida sin romperse ni mancharse”.

No se aferra a su corona. Sabe que cada apuesta televisiva nace con fecha de caducidad. “Somos titiriteros y, cuando el Sálvame llegue a su fin, tenemos que recoger la lona y largarnos, nada es eterno”. Tampoco tiene deseo alguno de trascendencia, sólo la lucidez necesaria para saber cuándo su tiempo ha terminado para poder irse y que no le echen. “Si las cosas empiezan a flaquear, no quiero estar intentándolo a ver si acierto. Hay un momento en el que la gente ya te dice que no te quiere volver a ver y tienes que ser lo suficientemente responsable y humilde para escuchar al público y quedarte en tu casa”.