El presidente filipino, Benigno Aquino III, pronuncia un discurso en el Palacio Presidencial en Manila. / Efe
FILIPINAS

Acuerdo con el Frente Moro

Es una gran noticia que podría significar que, por fin, se acerca el fin de la endémica violencia en la región

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El acuerdo para concluir la guerra alcanzando entre el gobierno filipino y los insurgentes musulmanes del Sur debe ser tomado con cautela, pero hoy por hoy y a falta de su aplicación por etapas es una gran noticia que podría significar que, por fin, se acerca el fin de la endémica violencia en la región.

Tal cautela es obligada vistos los precedentes. Ha habido al menos dos acuerdos previos, aunque hace años, todos desde el criterio de crear una región autónoma para en el sur de Mindanao y zonas aledañas, donde los musulmanes son una fuerte mayoría entre los cinco millones de personas que allí habitan.

Fracasaron en todos los casos por el boicot, a veces armado, de que fueron objeto por parte de facciones descontentas o por la mala gestión del gobierno, voluntarista pero poco diestro. De una parte se podría decir que el viejo “Frente Moro de Liberación Nacional” no controlaba realmente a todos los militantes y de otra que el gobierno en Manila no calibró bien el nivel de oposición que podía suscitar su gestión… lo que permitió que todavía en 2008 el Tribunal Constitucional vetara un principio de arreglo parecido.

Autonomía y progreso material

Escarmentado, el presidente Benigno Aquino, quien dirigió al país por TV un inesperado mensaje para anunciar la buena nueva, ha sido prudente y describió el arreglo como un acuerdo marco, aunque bastante detallado en más de doce páginas con un preciso calendario de aplicación del que él, y eso le honra, se hace personalmente garante porque el total deberá estar firmado y en marcha al término de su mandato, en 2016.

Los insurgentes irán entregando las armas lentamente y por etapas mientras se crea la nueva provincia autónoma de Bangsamoro, que dispondrá de considerables poderes legislativos locales y, sobre todo, de importantes recursos financieros que presuntamente saldrán de la explotación de las riquezas minerales, hidrocarburos incluidos, que empiezan ahora con fuertes inversiones y la presencia de acreditadas compañías foráneas.

Este dato se inserta en el buen momento de la economía filipina, con inversión extranjera abundante y dinamismo en el mercado de trabajo y ayuda a explicar el arreglo, que técnicamente ha sido auspiciado por el gobierno de Malasia, un país asiático musulmán, pero con grandes minorías confesionales, que conoce un gran éxito económico y parece haber ha resuelto los problemas inherentes a una sociedad multiconfesional. Su primer ministro, Nayib Razak, estará presente el día quince en Manila para la firma del acuerdo.

El nuevo contexto regional

La prudencia recomendada al principio y asumida por las autoridades sobre el porvenir del acuerdo procede también de que no es completamente seguro que todos los islamistas respalden el acuerdo y estén dispuestos a renunciar a la violencia. El movimiento que firma es el “Frente Moro Islámico de Liberación”, en realidad una compleja y cruenta escisión a mediados de los ochenta del viejo “Frente Moro”, la organización madre que conoció días de esplendor sobre todo cuando el coronel Gaddafi le ayudó a fondo con dinero y armas.

La ruptura fue un éxito si nos atenemos a la cantidad y calidad de los insurgentes venidos a los nuevos métodos, pero la muerte por enfermedad en 2003 de quien la inspiró y alentó el nuevo rumbo, Hashim Salamat, pareció complicar las cosas. Curiosamente fue el jefe de los comandos, o sea el líder militar del Frente, Al Haj Murad Ibrahim, quien le sustituyó y, aparentemente con éxito, prosiguió el ensayo pacificador hasta la firma ahora anunciada.

Estos hechos y, a no dudarlo, la aparición de al-Qaeda (que tiene afiliada allí una facción muy radical y, el grupo Abu Sayyaf, responsable de secuestros y de la muerte de muchos soldados filipinos) han ayudado al compromiso por una razón: ningún gobierno, y sobre todo contando con el respaldo absoluto de los Estados Unidos, capitularía militarmente ante la rebelión. Washington, con seguridad, apoya el acuerdo político en marcha… y lo percibe, correctamente, como un arma para debilitar aún más a al-Qaeda y el yihadismo en marcha.