cultura japonesa

Butoh, la danza hipnótica

'Paradise in the jar Odyssey 2011' de la compañía Dairakudakan representó el pasado viernes en Madrid un espectáculo surrealista y profundamente emocional

MADRID Actualizado: Guardar
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Enfrentarse por primera vez a un espectáculo de danza 'butoh' es todo un riesgo. Es la típica representación artística que odias o amas. Este género, originado en Japón en 1950 tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki, intentan plasmar la búsqueda de un nuevo cuerpo tras el desastre. La compañía Dairakudakan, en activo desde 1972, muestra sin embargo en 'Paradise in the jar Odyssey 2011' una mezcla de lo trágico con lo cómico, lo macabro con la ternura.

Se abre el telón y ya estás hipnotizada. Cinco danzarines rapados, practicamente desnudos y cubiertos de polvos blancos, aparecen en escena con movimientos casi infantiles mientras una lluvia de confeti los envuelve. De fondo se escucha el 'Con te partirò' de Andrea Bocelli. La siguiente escena representa a los cinco bailarines sentados inmovibles en el suelo. Tras una larga pausa, comienzan a realizar una especie de canon vocal y gestual usando palabras traducidas al español que genera las primeras risas en el público.

Uno de los actos más significativos es cuando un único personaje, que complementa su mínimo vestuario con una pajarita, irrumpe en el escenario tapado con una pequeñísima mesa redonda, uno de los pocos elementos de la también escasa escenografía.

A continuación, una de las escenas más impactantes. Un espíritu con una tabla de madera y un samurai con una balanza están en primer plano. Detrás, los cinco componentes que ya conocemos. Uno a uno, se van acercando a la tabla del espíritu donde allí ellos mismos se cortan el falso miembro viril para después pesarlo en la balanza del samurai.

Tal vez el personaje más interesante aparece a continuación. Otro bailarín también desnudo y blanco pero cubierto por incienso prendido. Junto con él aparecen los cinco individuos protagonistas totalmente desnudos pero conteniendo sus genitales entre los muslos, representando ser así mujeres.

Las imágenes surrealistas se siguen sucediendo hasta un final angustioso en el que el bailarín de la pequeña silla redonda y un espíritu maligno se enfrentan, uno aferrándose a la vida -representada con la mesita- y el otro intentando arrebatársela.

A la salida, el público sale conmocionado pero con una sonrisa. Sabe que lo que ha visto le ha gustado, ha sentido infinidad de emociones y sensaciones y las imágenes se han quedado grabadas en su cabeza. No sabe muy bien explicar cuál es la trama, el mensaje, ni qué representaba cada personaje. Sólo sabe que era danza en estado puro.