movimiento 'toma la plaza' | ANÁLISIS

Políticos acampados

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Gritos contra los banqueros, los partidos políticos y la televisión; carteles que dicen que violencia ni de la Policía, que cobrar 600 euros al mes es violencia y que ha estallado la primavera en España; el artículo 21 de la Constitución –«se reconoce el derecho de reunión pacífica (...) sin necesidad de autorización previa»–, pegado en una cabina de teléfono; cartones, colchonetas, lonas a modo de tiendas de campaña; pintadas que dicen que el capitalismo no es la vida, carteles que cuentan que aquello no es un botellón y panfletos, firmados o sin firmar, que cuentan qué es lo que les moviliza; jóvenes barriendo el suelo, organizando el precario desayuno, hablando entre ellos o con los que pasan por allí, y algunas parejas abrazadas tumbadas en el suelo. Jóvenes que te comentan que hacen esta acampada «por el bien de todos», que te piden que lo cuentes y que avises a filósofos, para que vayan allí a hablarles. Gente que grita con indignación, rabia y hartazgo. Una concentración retransmitida en directo por los propios asistentes y fotografiada por las decenas de turistas que pasan por allí. Todo eso, y mucho más, se puede ver en la Puerta del Sol de Madrid; contado por un mínimo de seis unidades móviles de televisión, con una veintena de furgonetas de la Policía nacional, aparcadas en los alrededores, con los policías sin casco, mirando y sin intervenir.

La crisis económica y sus responsables, el hartazgo respecto de los partidos políticos, explican y configuran este frente de indignados para nada idénticos entre sí. Los concentrados en la Puerta del Sol son un frente de rechazo que, curiosamente, mientras en algunos países del Norte de África atienden al modelo español de transición a la democracia, toman aquí las plazas de ciudades españolas siguiendo el modelo de El Cairo. Consideran que los políticos –en general, pero sobre todo los de los dos grandes partidos–, no les representan, pero la convocatoria se hace en vísperas de unas elecciones y parece que las acampadas se pueden levantar después del próximo 22 de mayo. Es decir, hay una voluntad de influir sobre las elecciones, sobre la campaña, sobre su resultado, desde el rechazo a los partidos y sin pedir el voto para ninguno.

La presidenta de la Comunidad de Madrid se empeña en convertirse en su enemiga señalada y les dota así de una coherencia que podrá reforzar la movilización. Hay entre los asistentes –es evidente– una sensación de estar asistiendo a un movimiento grande, hermoso, que será recordado, con el pellizco revolucionario y romántico inherente a la edad y a las grandes ocasiones. La contradicción, una entre varias, es que quieren hacer política, rechazando a los partidos convencionales, pero queriendo influir en ellos, siendo los acampados políticos, pero insumisos a la política como ejercicio profesional.