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Cádiz, un símbolo

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Hubo un tiempo en el que la capitalidad del reino se caracterizaba por su carácter itinerante. Allá donde iba el rey, allá se trasladaba su corte y todo el aparato administrativo y burocrático que acompañaba al monarca. Esa trashumancia permaneció hasta que, en 1561, Felipe II decidió que Madrid sería la sede permanente de la monarquía española, sede que se mantuvo a lo largo de todo el Antiguo Régimen hasta convertirse, posteriormente, en la capital del Estado español contemporáneo. En muy pocas ocasiones, y durante breve tiempo, Madrid cedió ese privilegio. La primera vez que lo hizo fue en el siglo XVII cuando, desde 1601 a 1606, la corte del rey se trasladó a Valladolid. Habría que esperar al siglo XIX para que, con ocasión de la invasión napoleónica, Cádiz se convirtiese en la capital de España durante 3 años, desde 1810 a 1813. Cierto que la Junta Central, aquella que acumulaba los poderes legislativo y ejecutivo en ausencia de Fernando VII, fue trasladándose desde Aranjuez hasta Sevilla pero, tras su disolución y traspaso de poderes al Consejo de Regencia que convocó a las Cortes en nuestra ciudad y con la elaboración y aprobación de la primera Constitución de nuestro país, Cádiz se convirtió no ya en la sede de la monarquía sino en la primera capital de la nación española. Porque fue en Cádiz donde se proclamó que la soberanía reside en la Nación, en la reunión de todos los españoles. Han pasado muchas cosas desde entonces y los historiadores nos dan cuenta, de manera profunda y pormenorizada, de todo lo acaecido durante estos dos pasados siglos con las consecuentes interpretaciones. Pero, en estos momentos, no es baladí volver a recordar que Cádiz fue la primera capital de los españoles de ambos hemisferios. Dentro de unos días los Jefes de los Estados que tuvieron como primera constitución la gaditana vendrán a reunirse a la antigua capital. Podrán visitar el palacio de la Diputación, allí donde una vez se alojó la Regencia, y recordarán en el Oratorio de San Felipe las palabras de los diputados americanos que una vez contribuyeron a poner las primeras piedras del Estado de Derecho del que hoy disfrutamos. Y, esperemos, logren darle un nuevo impulso al espacio hispanoamericano del que todos formamos parte, contribuyendo a resolver los graves problemas que todos tenemos y que, hoy en día, difícilmente se pueden abordar si olvidamos que vivimos en un mundo global. El entorno para hacerlo, por su simbolismo, no podría ser más adecuado. Los Jefes de Gobierno convertirán, de nuevo, a Cádiz en capital de España y las Américas y esperamos que las decisiones que se tomen hagan que Cádiz vuelva a convertirse en otro símbolo para las próximas décadas.