la hoja roja

La nave de los locos

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Si algo bueno tiene vivir en un mundo en el que todo está inventado es que puede uno tropezar cuantas veces quiera en la misma piedra teniendo por seguro que nunca será la última vez, porque sabe genéticamente que tampoco habrá sido la primera. Y si algo bueno tiene la huella genética, la memoria histórica -pero de verdad- es que contribuye a cimentar esa idea del eterno retorno que nos persigue, ese día de la marmota al que asistimos una y otra vez sin poder escapar del laberinto en que andamos perdidos. Por eso, hay imágenes escalofriantes que nos sacuden hasta los tuétanos -no me refiero a las manos de la dolorosa- y que nos devuelven un reflejo de los que somos, aunque no lo queramos ser.

Cuando El Bosco pinta a principios del siglo XV "La Nave de los locos", esa tabla gótica en la que la humanidad inicia un viaje sin retorno a la deriva, todavía andaban vigentes las leyes del viejo mundo, ya sabe, el universo dando vueltas alrededor de una tierra que no hacía más que mirarse el ombligo. Entonces estaba todo por hacer, pero nada hacía presagiar que seiscientos años más tarde aún estaríamos montados en la barca que nos lleva a Locagonia, la tierra prometida de los necios. Porque no hace falta leerse a Brant -aunque no está de más- para ver que aquellos, los de entonces, seguimos siendo los mismos. «Si la cabeza no reina, es que está loca» dice la obra de Brandt, una obra en la que bufones, borrachos, goliardos, monjas díscolas, y toda una legión de desarrapados comen, beben, cantan y sobreviven en un barco que flota, pero que no va a ninguna parte. Estremece ver que seguimos flotando y que la nave la conduce la ignorancia. Porque es la ignorancia la capitana de esta travesía.

Mientras cae la lluvia -y cómo- andamos tan distraídos con el barro del camino que no somos capaces de mirar hacia arriba. Tan distraídos que hemos sido capaces esta semana de caer otra vez en la trampa de la ignorancia. Tras conocerse que el próximo pregonero del carnaval será Jorge Drexler, decía Antonio Procopio, presidente de la Asociación de Coristas que la decisión le había sorprendido «porque yo no lo conocía y creo que al noventa por ciento de los gaditanos le ocurrirá lo mismo». Ahí lo tienen. Otra vez la teoría geocéntrica, cuyo enunciado dice que la distancia entre el ombligo y el cerebro es tan corta que a veces se confunden. La ignorancia manejando la barca. Que este señor no conozca al cantautor uruguayo no es motivo para desdeñar su nombramiento, de la misma manera que el conocerlo muchísimo tampoco es motivo para ensalzarlo, ni siquiera para justificarlo buscándole un pasado chirigotero.

Pero no olvide que son técnicas de distracción, echar a los locos a pelear para que pasen cosas como lo de la siniestralidad del tráfico en la ciudad, como la terna de los reyes magos, como el escaso público en el FIT, como el papelón de la Junta de Gobierno del Nazareno, como la próxima convocatoria de huelga general? Sí, definitivamente, seguimos viajando en la nave de los locos. Somos los legítimos herederos de aquellos que pintó El Bosco. Mire de nuevo el cuadro, y fíjese en el bufón sentado sobre una rama podrida ¿seguiremos dando la espalda a la realidad mucho tiempo?