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Alebrijes

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Pedro Linares López pertenece a la etnia mexicana de los zapotecos de Oaxaca. Allá por 1936 dícese que enfermó de gravedad y en un febril delirio se vio atacado por criaturas fantásticas horripilantes que le gritaban «¡alebrijes, alebrijes!…» De esta sencilla historia nace una tradición artesanal mexicanísima, consistente en la recreación de esas criaturas monstruosas en confecciones de papel maché o madera de balsa, de muy distintos tamaños y, todos ellos, coloreadísimos con virtuosismo. Hoy, los alebrijes son objeto de culto y colección. Dada la rutilante influencia del barroco en Oaxaca la estética de los alebrijes no podía alejarse de ese modelo, si bien su vocación de fetiche horrorizante les aproxima más a una estética gótica de dragones, grifos, trasgos, serpientes bicéfalas y demás elenco de figuras propias del horror demoníaco.

Resulta fácil caer en la tentación de atribuirle a un episodio de ‘delirium tremens’ del indito Linares el nacimiento onírico de esta fauna de magníficos monstruos, si no fuera porque todos ellos están marcados por el candor de una paleta de cromatismo naif, de gran compromiso con la ingenuidad. El alebrije se ha consolidado como producto artesanal suntuario, dado que hay autores de producción muy cotizada, si bien este animalario fantasmagórico no se ha incorporado al imaginario de los sueños populares y menos aún al mundo de las ensoñaciones atemorizadoras de los niños, sin duda curtidos por la estética de los personajes cinematográficos de ciencia ficción, mucho más realistas y, sobre todo, mucho más malvados.

Esta pérdida de eficacia atemorizadora de los alebrijes, si la tuvo alguna vez, coincide con la pérdida de la eficacia de la autoridad en Europa. La autoridad de la ética y la moral, de la ciencia, de la paternidad, del maestro de escuela lato, de los Estados y Gobiernos, de la Justicia, entre otros organimos diseñados para tutelar el bien común. La Nación se ha perdido el respeto a si misma y a su dignidad monumental, y, por ello, tampoco cree en su autoridad, asistiendo a infinidad de ejemplos bochornosos de decrepitud de carácter colectivo, por haber convertido en coloreados alebrijes los valores y principios de la Civilización Occidental. Le hemos perdido el respeto a la palabra vergüenza y ya no nos conturba el bochornoso espectáculo de ver ingresar en prisión a un mandatario público, escarnecido para colmo por los medios de comunicación, aún cuando no sea culpable de delito alguno, porque la monstruosidad plástica, estética, ya ha sido cometida. Ya se han mancillado los honores, los símbolos, los ritos, los mitos propios de las sociedades educadas y cultas. Ya no nos aterroriza la flagrante corrupción, la traición, la deslealtad, la manipulación de la historia, la insolidaridad y la incultura supina voluntaria. Ya ninguna de estas ignominias vergonzantes nos quitan el sueño como aterradores alebrijes.