Padilla y los toros

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Escribo estas líneas aún sobrecogido, emocionado e impresionado por la terrible cornada que recibió el viernes en Zaragoza el torero jerezano Juan José Padilla. Lo primero que quiero hacer es ponerme al lado del diestro y de su gente y enviarles un abrazo y toda la fuerza del mundo para superar estos momentos tan crudos y difíciles. El terrorífico percance sufrido por Juan representa cruelmente la cara más amarga y trágica de la fiesta nacional. No sólo es la cornada. Es el tipo de cornada. Desafortunadamente, Padilla se ha sumado a los nombres de Franco Cardeño y Aparicio, que también pasaron, como él ahora, por experiencias parecidas. Y salieron adelante. Y ahí están. Por eso todos esperamos que el torero jerezano tire de la casta que le caracteriza, marca de la casa, y haga otra vez realidad eso de que «están hechos de otra pasta».

Confío en él, en su fuerza, en su valentía y en el trabajo bien hecho de los médicos del hospital Miguel Servet de Zaragoza. Y deseo verlo pronto recuperado y cruzármelo en cualquier calle de la ciudad. La noticia de la cogida de Padilla me llegó por una llamada de teléfono de mi compañero y amigo Pablo Cosano. En ese momento, mi mejor y más rápido contacto con la actualidad era el móvil e internet, así que recurrí a Twitter para conocer de cerca qué había pasado y seguir la evolución de Padilla. Allí estaban Javier Bocanegra y otros profesionales y aficionados del mundo del toro, que fueron informando casi minuto a minuto de todo. Pero, inevitablemente –en internet cabe todo el mundo, eso es lo bueno– allí también estaban los que en un momento tan especialmente duro para familia, amigos y seguidores de Juan José aprovecharon para airear otra vez el debate de toros sí, toros no. Leí algunas cosas que me encendieron y me tocaron las narices. Pero habría necesitado de unos 3.700 tweets para expresar mi opinión al respecto con todos los matices. Como en este artículo semanal tengo más caracteres y espacio para escribir, voy a hacerlo ahora.

A mí me enseñaron que la libertad de un individuo termina justo donde empieza la del vecino. Pues bien, parece que esta máxima ha pasado de moda, o que los progres del momento, simplemente, han decidido pasársela por el forro de sus vergüenzas. Resulta que tenemos que abolir los toros por cojones. Porque los antitaurinos se han dado cuenta de que los animales sufren mucho en la plaza, y porque en lugares como Cataluña en nacionalismo más aberrante e insolidario, ése que después se burla de la forma de hablar de los andaluces, ha decidido que es una fiesta demasiado española para que se celebre en el país catalá. Qué asco. Así pues, pude leer en Twitter a algunos que decían que no quieren prohibir los toros sino hacer ver a la gente que no se trata de un arte sino del sufrimiento de un animal. Ole. Imponer un pensamiento único. Que nadie se salga del carril del progresismo más barato y demagógico. Miren ustedes, yo no soy aficionado, pero he ido en más de una ocasión a una plaza de toros. Yo sí creo que es arte, aunque comprendo a los que sufren con la lidia y muerte del animal. A esos les digo que no vayan, y que respeten a los demás. Es la base de la democracia. Lo que intentan hacer ellos se llama totalitarismo. No le demos más vueltas. Dejen ustedes en paz a los que disfrutan del toreo, a los que viven de la fiesta, a los que no se han metido con nadie. Y denles la murga a los hare krishna o a la Legión Española, que en el último desfile militar vi a la cabra más delgada que de costumbre. La mayor estupidez con la que me tropecé ayer fue una que decía que son igual de valientes el torero que el albañil que se sube al andamio…Tienen el mismo mérito, eso sí, porque los dos van a ganarse la vida de forma arriesgada, pero creo que una inmensa mayoría nos subiríamos a un andamio antes de ponernos delante de un bicharraco de 500 kilos. Desde luego para lo que hay que tener valor muchas veces es para leer las ocurrencias que tiene la gente. Ánimo Padilla.

Ahora lo más importante es tu recuperación. Y ya tendrás tiempo de explicarle a más de uno la diferencia entre un toro y un ladrillo.