Tribuna

Rector nuevo, nuevos tiempos

PROFESOR TITULAR DE FILOLOGÍA LATINA Actualizado: Guardar
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Voces agoreras advierten desde hace una semana de que el gobernalle de la UCA ha pasado a manos de un capitán inexperto y una tripulación poco ducha en las tareas de dominio y resistencia que se exigen a toda marinería cuando se barrunta tormenta. Otras, menos alarmistas, expresan tan solo su deseo de que el calor generado por el cambio no se extinga por mor del desencanto, por la dureza de esa roca, la testaruda realidad, contra la que se estrellan a menudo las ilusiones. Sin embargo, estimo injusto no conceder a Eduardo González Mazo y su equipo el beneficio de la duda a lo largo de un plazo inicial de actuación, como mandan la prudencia y el respeto, sobre todo cuando es certeza que heredan una situación económica lamentable que requiere cambios de calado no solo en las decisiones pecuniarias, sino también en la estructura de un gobierno, ahora en funciones, que adolece de insana hipertrofia. Quienes agitan (y agitaron durante la campaña) los vientos de la catástrofe ya veían en la candidatura del nuevo rector la apuesta de un fuego fatuo, de brillo danzarín pero efímero, que se apagaría apenas se evidenciasen la solidez y la experiencia de los otros tres contendientes. Sin embargo, el resultado de la primera vuelta (30 de mayo) aupó a González Mazo por encima de los demás, permitiendo con ello que en la liza final (7 de junio) se repitiese el episodio bíblico de la derrota del filisteo Goliat por el hondazo del menudo David. ¿Qué causas propiciaron este desenlace? Con ironía certera, R. Sánchez Ger esgrimía el pasado día 10 en este mismo periódico una de ellas, la ficha 1B, el brazo más virulento del monstruo de una burocratización académica que ha tenido paladines conspicuos entre los miembros de la candidatura derrotada. Otro factor, determinante para muchos, ha sido la resistencia, la mesura del equipo de González Mazo frente al acoso poderosísimo de su contrincante, evidenciado sobre todo en la actuación bicéfala (juez y parte) de la secretaria general, denunciada en prensa por Sara Acuña, y en el despliegue de publicidad electoral en una semana que por normativa debía estar exenta de tales actos. Con todo, la mayor parte de estas circunstancias son recientes, venidas a abrigo de una campaña electoral. Otra, mucho más relevante, ha gravitado durante estas semanas intensas: la notoria continuidad de un equipo rectoral saliente en uno aspirante. He aquí su más gravoso desacierto, convertido en acierto por González Mazo y David Almorza, porque ambos, con ser parte del mismo gobierno cesante, han mantenido un perfil bajo que han sabido reforzar en la campaña con la presencia de una decena de caras nuevas. Por otra parte, la victoria del rector electo no puede entenderse al margen de las protestas que se suceden en el mundo (y en España de manera persistente) contra el poder establecido, contra los abusos de ese poder que gestiona la crisis de modo endogámico. En la cresta de esa gran ola ha llegado esta espuma.

Desde hace una semana González Mazo afronta la compleja tarea de asumir esa ilusión colectiva y conjurar el fantasma de la intranquilidad. Sus primeras actuaciones serán decisivas, y en ellas ha de demostrar que posee las cuatro virtudes aristotélicas para el mando: templanza, justicia, valentía y sabiduría. Templanza para gestionar respetuosamente el dinero público; justicia para distribuir de manera equitativa los recursos, por pocos de que se disponga, entre todos los centros; valentía para encarar la reducción de cargos en el organigrama y no acobardarse por el espinar del camino; y sabiduría para que en sus decisiones pesen el diálogo, el debate sosegado y la crítica. Porque no se debe errar en el objetivo: era menester abrir las ventanas, pero de González Mazo y su equipo depende que lo que circule sea verdadero aire fresco. Mucha suerte.