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Habaneras

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Tantas veces la escuché pero jamás me conmovió tanto como aquella noche, en la nave central de la soberbia iglesia del Convento San Francisco de La Habana, vibrando en la hechizada garganta de Liuba María Hevia que podría haber modelado un luthier. Me refiero a 'La Habanera de Cádiz' de Carlos Cano y Antonio Burgos. No dispongo de espacio para contarles acerca de esta pequeña gran asturiana a quien la perla azul del mar de las Antillas otorgó el don de la música. Recomiendo consultar su web, o escribir a su correo que se encuentran sin problemas en la Red. Mario Coyula que se graduó arquitecto antes de la Revolución, sostiene que Internet ha transformado Cuba.

Difícil hablar de Cuba con tanto tópico. Joan Margarit dice que los tópicos funcionan al revés. La propia habanera de Cano y Burgos se arma sobre un amable tópico. La Habana y Cádiz sólo tienen en común la arquitectura militar. Las fortalezas de El Morro y La Cabaña fueron construidas por Silvestre Abarca, Ignacio Salas, Alfonso Jiménez, los mismos ingenieros que levantaron las Murallas de San Carlos y otras piezas del borde de Cádiz. Y que también intervinieron en San Juan de Puerto Rico, Cartagena de Indias y Manila. Pasé un par de años visitando La Habana. Recuerdo los amaneceres tropicales que envolvían mi pieza en una fiesta de sonora luz. Para desayunar, un buen mamey, la fruta más exquisita. Me aguardaban las tertulias, todo un deporte nacional. Esas apasionadas discusiones recuerdan la España de la transición. Pedro Juan Gutiérrez, autor de 'Trilogía Sucia de La Habana', propone la reincorporación al Estado español como una autonomía más. En clave realista, el coronel Santiago Gómez de Valenzuela, agregado militar de la embajada española, pronostica una evolución al modo vietnamita, y piensa que los americanos no volverán a intervenir en la isla. De hecho, la crispación entre Habana y Miami se diluye según se va ensanchando la relación entre ambas comunidades.

No quiero concluir esta pincelada sobre habaneras y habaneros sin citar a Alquimia Peña, elegante dama que no desentonaría en una fiesta del Ritz. Hija de la burguesía que apostó por Fidel, en los garajes de aquel solemne palacio familiar me enseñó un viejo Rolls Royce con la carrocería perforada, testimonio de su participación en el bando rebelde.

«La Habana ya se perdió, tuvo la culpa el dinero». (Alberti, 1934). Si yo me pierdo, que busquen en La Habana.