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El Cádiz más hortera

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Las celebraciones por el ascenso del Cádiz, más que merecido después de una temporada intachable, han despertado sensaciones encontradas entre buena parte de los gaditanos. Indudablemente, los seguidores más acérrimos del equipo lo han celebrado por todo lo alto, primero en el estadio con la pantalla gigante y posteriormente en las Puertas de Tierra e incluso unos cientos de ellos en la puerta de la tribuna del estadio Carranza, donde recibieron a los futbolistas pasadas las tres de la madrugada del domingo.

Los menos forofos, los que quieren a su equipo porque es el suyo, el de su ciudad, con el que se identifican aunque no vayan cada dos domingos a Carranza, se han alegrado, por supuesto.

Pero lo han hecho desde la moderación, desde la conciencia de saber que este ascenso era casi una obligación pese a lo difícil que es salir de Segunda División B, que por aquí aún no se nos ha olvidado.

Tanto unos como otros están un poco más felices hoy que hace unas semanas, cuando aún estábamos metidos en ese pozo. Y tanto unos como otros son gaditanos y cadistas. Ninguno lo es más que el otro por vivir su equipo de diferente manera.

una fiesta muy cutre

El problema del ascenso no es dilucidar quién es más cadista que quién. El problema, lo preocupante, lo bochornoso, lo triste, es la imagen de la ciudad que hemos dado al exterior.

Servidor –gaditano, cadista– se sintió realmente avergonzado cuando vio los fastos que se celebraron con motivo de tan ansiado ascenso a Segunda. Al punto que le quedó cierto amargor e incluso pasó por mi cabeza la idea de si no era mejor no haber hecho nada. Sobre todo por lo que puedan pensar de nosotros aquellos que hayan visto las imágenes en Cuenca, en Soria, en Badajoz o en cualquier otro punto de la geografía española.

A los jugadores, en realidad, hay poco que reprocharles. En su mayoría son jóvenes futbolistas que quieren llegar a algo en este deporte y que han vivido su primera experiencia de baño de masas. Realmente resultaba un poco extraña tanta euforia por su parte. Pareciera que hubiesen ganado el triplete, por ejemplo, aunque se puede entender ya que es su momento de gloria y es posible que muchos de ellos no se vean en otra. Quizá reprochar a alguno, curiosamente (o no) ambos de Cádiz, que dieron la nota gritando en plena fiesta de Puerta Tierra aquello de «¡Toedtli ven aquí y ch...!». Por lo demás, pues eso, era su momento y así hay que entenderlo.

Pero la fiestecita organizada para la ocasión fue un ejemplo de cutrez, de chabacanería. Probablemente hecha con la mejor intención y sin un duro, pero cutre, cutre, cutre. Unas actuaciones impresentables, un escenario que más parecía una tarima de feria de pueblo... una porquería, que diría aquel.

Y lo peor es que los presentes, en su mayoría, parecían pasarlo en grande, como si estuvieran asistiendo a un espectáculo verdaderamente digno. Y lo que fue sólo tiene un nombre: horterada. Según la RAE, algo hortera es algo «vulgar y de mal gusto». Y como el espectáculo fue de lo más vulgar y de pésimo gusto, pues ahí lo tienen. Los que lo organizaron son unos horteras. Y los que lo jalearon, otros horteras.

Y lo peor, lo que les decía al principio, es que catamos todos. Pagamos justos por pecadores. Todo el que lo haya visto allende Cortadura pensará que todos los gaditanos somos así, del mismo modo que todos los texanos llevan gorro de vaquero o todos los escoceses, falda.

En Cádiz somos graciosos y horteras. Quinquis, canis o lo que se dice ahora, angangos. En mi época eran caletis.

Y yo, personalmente, me niego a asumirlo. Cádiz también es otra cosa. Es gente con gusto, con clase, sin los pelos de punta, diez pendientes en cada oreja y scooter ruidosa a todo trapo. Desgraciadamente la que más se ve, quizá por mayoritaria, es la vulgar, pero hay otra. Hay muchas Cádiz encerrada en una.

Nada tiene que ver la Plaza de Mina a las siete de la tarde de un jueves que a las dos de la madrugada de un sábado. O la playa de Santa María, familiar a las doce del mediodía e invadida por esos angangos a las seis de la tarde.

Gaditanos normales, por favor, salgan de sus casas, déjense ver y demuestren que existen no sólo en las páginas de El Mentidero de Ignacio Casas.