'TERMINATOR SALVATION'

Terminator inoxidable

Sin Schwarzenegger ni James Cameron, la cuarta entrega multiplica los robots asesinos en un futuro apocalíptico

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Las tres leyes de la robótica promulgadas por Isaac Asimov le quedan tan lejos como a nosotros el Derecho Romano. Hace 25 años, Terminator llegaba de un futuro apocalíptico de fuego y metal para liquidar a Sarah Connor antes de que engendrara a John Connor, líder de la Resistencia humana en la lucha contra las máquinas que esclavizarán la Tierra. James Cameron cimentó un icono de la cultura popular y aupó al culturista Arnold Schwarzenegger al estatus de estrella. El primer Terminator (1984) no dejaba de tener hechuras de 'serie B'. Su mérito, jugar con dos premisas básicas de la ciencia-ficción: la rebelión de las máquinas y los viajes en el tiempo.

Cameron había quedado tan satisfecho tras escribir el guión que le vendió los derechos por un dólar a la productora Gale Anne Hurd, por entonces su esposa. La única condición era que él se haría cargo de dirigir la cinta que, a la postre, le abriría las puertas de Hollywood. Ocho años después, el director de Titanic se volvió a reunir con Schwarzenegger en 'Terminator 2. El juicio final'. El actor austriaco recuperaba la chaqueta de cuero negro ala de cuervo, las Ray-Ban y la recortada. Su caché e imagen de héroe para todos los públicos conllevó un peaje: el androide ahora era bueno.

Su imponente apariencia ocultaba una funcionalidad reversible: programado para matar, también podía ser reprogramado para salvar. El diabólico robot se convertía en aliado de John Connor. Consciente de que ya no podía sorprender con el argumento, Cameron tiró la casa por la ventana en el apartado de acción y efectos especiales. El protagonismo de la función se lo arrebataba el villano T-1000 (Arnold era una versión anterior, la T-850), cuya viscosa composición lo hacía prácticamente indestructible. Un efecto digital, el morphing, obraba el milagro del mercurio líquido.

Cientos de robots

Terminator 2 amasó más de 500 millones de dólares en todo el mundo, pero Cameron quedó tan harto de los productores Mario Kassar y Andrew Vajna que juró no volver a trabajar con ellos. La tercera entrega en el verano de 2003 venció las reticencias de Schwarzenegger con un cheque de 30 millones de dólares. Dirigía sin brío Jonathan Mostow y aparecía una Terminatrix (¿qué fue de Kristanna Loken?) que ponía patas arriba Los Ángeles. Después vino una serie, Las crónicas de Sarah Connor, y una carrera política para el hoy gobernador de California.

No deja de resultar una ironía que el estreno de Terminator Salvation el próximo 5 de junio coincida con las horas más bajas en la carrera política de Schwarzenegger. Sin James Cameron al frente, el líder republicano se apeó del proyecto. «Me enseñaron parte del material rodado pero no me convenció. No estaba seguro de quién era Terminator ni de si había una estrella o un héroe. Y esas son las cosas que determinan el éxito de una película», declara en la revista británica Empire.

Arnie tiene razón en una cosa: no se sabe muy bien quién es el protagonista de esta deslumbrante superproducción de 200 millones de dólares. No hay un sólo Terminator, sino cientos de todas las formas y tamaños: anfibios con reminiscencias de Alien, con forma de moto y gigantescos como los Transformers. En uno de los numerosos guiños a las anteriores entregas, también desfilan los modelos conocidos, esqueletos de metal que sólo mueren cuando sus lucíferos ojos rojos se apagan. Y sí, aparece Schwarzenegger en una fugaz aparición, desnudo y rejuvenecido. Como no figura en los títulos de crédito, cabe atribuir el inquietante cameo a la magia de los efectos digitales.

El Terminator definitivo

La presencia de McG en la silla de director constituía un mal presagio. Sin embargo, el director de Los ángeles de Charlie se deja de patochadas y apuesta por un registro grave y oscuro. A diferencia de los otros Terminator, no hay un ápice de humor en esta odisea ambientada en 2018. El Apocalipsis ya se ha producido. Skynet, el superordenador y macroempresa que controla a las máquinas, decidió que era hora de exterminar a los humanos. Sólo sobreviven un puñado de rebeldes a los que John Connor (Christian Bale) anima por radio.

Sin embargo, el guía por este territorio salido de Mad Max es Marcus Wright (Sam Worthington), un recluso que despierta en el futuro después de recibir una inyección letal. Poco antes de morir, le ha firmado un papel a una doctora enferma de cáncer (Helena Bonham Carter). No sabe que dona su cuerpo para que le conviertan en el Terminator definitivo: una máquina que no sabe que lo es.

Paradojas temporales aparte, no hay un sólo momento de desmayo en esta abracadabrante aventura con persecuciones que hacen estallar la sala en aplausos. Dedicada a Stan Winston, el mago de los efectos especiales fallecido el año pasado, quizá ya no parezca la saga creada por James Cameron, pero al menos trata al espectador de ciencia-ficción como un ser adulto.