Sociedad

Al abordaje

Decir ebook venía a ser, hasta anteayer, como gritar «que viene el lobo» (o que vienen los rojos). A editores y autores se les ponían los pelos de punta pensando en que el digital se comería al papel y que sería como invitar a los piratas a celebrar su gran fiesta. Que cada lector les pasaría a otros cientos o miles la obra a través de la red, como ocurre con las canciones. ¿Cómo controlar la difusión digital? Todavía existe un gran desconocimiento al respecto, fruto, dice Celaya, del miedo que hay a las nuevas tecnologías en todos los ámbitos. Como si fueran el enemigo y no una manera más de producir y difundir cultura. Es cuestión de descubrir el mundo que se esconde tras esos «reparos».

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En Estados Unidos tuvieron una primera etapa, con los ebooks, de restricción. Cada libro comprado en este formato tenía, por decirlo así, una vida útil de préstamo de cinco veces gracias a un sistema de protección anticopia (el DRM, algo así como una envoltura virtual). El ebook estaba preparado para no dejarse copiar más de esas cinco veces y si el usuario quería pasarlo más, recibía un aviso que le informaba de que debía comprarlo otra vez. Pero ahora han optado por el DRM (gestión de derechos digitales) social: los datos del comprador quedan registrados y es responsabilidad del usuario controlar qué ocurre con él. Si lo comparte vía P2P (como el emule), sabe que saben. El que se comporta de forma legal no paga más de lo que cuesta el libro, no es penalizado; el ilegal puede tener problemas.

Cualquiera de los dos estilos deja claro que la piratería no es tanta como se creía. O no tan rápida. Según los datos de que dispone Javier Celaya, el índice de piratería en redes P2P es el mismo que en el mundo real. Los que más la sufren y sufrirán son los best-sellers.