SIN ESCAPE. Una bomba de racimo despliega su artillería sobre el norte de Gaza. / AP
MUNDO

La noche del fin del mundo

Privados de luz y agua, los habitantes de la Franja fueron presas del pánico durante las primeras horas de la invasión

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Para hacerse una idea del ritmo obsesivo, enfermizo, con el que la maquinaria de guerra israelí golpeó sin descanso la noche del sábado la franja de Gaza por tierra, mar y aire, había que estar dentro de cualquier casa, sujetando el llanto espasmódico de los hijos y rezando para que las paredes no se cayeran a la siguiente sacudida. En una oscuridad impenetrable, porque Israel cortó la luz a todo el territorio para que los suyos pudieran combatir sin ser vistos ayudados de sus infrarrojos y con el enemigo condenado a la ceguera más absoluta.

Del pánico irreprimible de esas horas eternas, temiendo que un tanque, un helicóptero de combate, el disparo de un buque, triturara impunemente a tu familia dan cuenta las sofocadas narraciones telefónicas de Halima. Del cooperante español Alberto Arce. De los jefes de ambulancias de la Media Luna Roja. De Ahmed, cuya esposa, embarazada de ocho meses de su sexto hijo -y a la espera de una cesárea que no llega porque no hay anestesia en el hospital- trataba de ahogar con los brazos el temblor de cada bomba convertido en su vientre en una contracción. «Nunca habíamos pasado nada igual», relataba un angustiado Ahmed.

Para haber podido aproximarse con palabras al huracán de fuego con que Israel castigó a los palestinos habría que haber estado pasando la noche con ellos. Sintiendo su mismo suelo estremecerse bajo los pies. La agonía de no tener ni agua en los grifos. Y su mismo miedo. Pero Israel ha decidido que esta vez mejor no tener demasiados testigos, y a tres o cuatro kilómetros de distancia del drama -hasta donde el Ejército autoriza a pasar antes de cortar el paso- los móviles sólo nos permiten conocer retales sueltos de la realidad, convulsa y oral, para intentar documentar el espanto.

Como sonámbulos

Para contarlo, hubiera sido necesario ver de cerca los ojos volados de las gentes que de madrugada, en cuanto el martilleo endiablado de las explosiones frenó un minuto, abandonaron sus casas «con bolsas de pan, con sus mantas -explica Alberto Arce, y también Ahmed-, para empezar a caminar por las calles sin rumbo fijo, buscando un refugio que no existe». Como verdaderos sonámbulos.

Minutos antes, Israel había intervenido la señal de la radio local y la Al-Aqsa-TV, de Hamás, para exigir la evacuación inmediata de todos los edificios en lugares como el campo de refugiados de Yabalya, y anunciar un bombardeo masivo. La televisión emitió un cómic simulando la ejecución de los líderes islamistas, mientras una voz en off sentenciaba en árabe: «ahora ha llegado vuestro turno».

Es ésta una guerra a ciegas, pero hasta los oídos llegan nítidas las voces de la desesperación de los palestinos y el bramido de los cazas que ya vuelven, puntuales, a poner Gaza al borde del fin del mundo.

Por si fuera poco el sufrimiento, Israel no permitió ayer la entrada de ayuda humanitaria a la Franja. «Los puestos fronterizos con Gaza permanecerán cerrados hoy (por ayer)», manifestó a varias agencias Peter Lerner, portavoz del Ejército hebreo para la Administración Civil de los territorios ocupados.

Según Lerner, el cierre de fronteras a los alimentos y medicinas se debe a que la incursión terrestre ha dejado al Ejército sin capacidad operativa para manejar los pasos fronterizos. «Esperamos poder abrir los puestos mañana (por hoy)», indicó.