ACUSADOS. La madre de Alba y su compañero, durante una sesión del juicio. / E. CARRERAS
ESPAÑA

Una infancia apaleada

Con tan solo 5 años, Alba acabó en la UCI tras sufrir un calvario de malos tratos que nadie supo parar y que le han dejado gravísimas secuelas

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Tiene ahora siete años y es célebre a su pesar. Alba C., la niña tundida a palos por el novio de su madre, ve la vida pasar en un centro de discapacitados. El pasado viernes quedó visto para sentencia en la Audiencia de Barcelona el juicio por el brutal maltrato a esta niña de Montcada y Rexach (Barcelona). En el banquillo de los acusados, su madre, Ana María C., de 28 años, y su pareja Francisco Javier P., de 34. Como acusación particular, una Generalitat que debería ser parte juzgada, como otras administraciones -Justicia, Policía, etc- que por falta de coordinación dejaron a la víctima a merced de un destino cruel.

Y es que en este drama, casi todos los actores parecen culpables; por acción u omisión. Refulge así aun más, entre tanta sombra, Alba, cuya vida, tutelada ahora por la Generalitat que otrora la desamparó, transcurre en una institución cuyo nombre no se quiere desvelar. Su infancia es un territorio devastado. Por culpa de los malos tratos, culminados en un hematoma subdural (intracraneal) agudo que la llevó al borde la muerte, al coma, y que probablemente fue causado por una bestial sacudida, Alba no podrá volver a caminar ni a hablar normalmente, a mantener una conversación. Y durante toda su vida necesitará de la ayuda de una tercera persona para realizar sus actividades cotidianas: asearse, vestirse y comer.

Así lo certificaron los médicos forenses que la visitaron hace dos semanas y que relataron en el juicio lo que vieron. «No se recuperará», pronosticaron los galenos. Alba es capaz de asentir, negar y articular algunas sílabas y puede ponerse en pie con algún apoyo... por un instante sólo. Es a lo más que llega tras superar un calvario de complicaciones postoperatorias.

Porque sólo entiende preguntas sencillas y nunca podrá mantener una conversación normal; porque sufre una disfunción motora en las cuatro extremidades; porque sus piernas ya atrofiadas por la inactividad son irrecuperables.

«Una niña triste»

Alba niña reconoce a las cuidadoras que la atienden e incluso se muestra alegre cuando recibe visitas, como la de su padre biológico, Álvaro C., que vive en Fraga (Huesca) y piensa reclamar la custodia de su hija cuando acabe este proceso judicial. Ha logrado ejecutar algún movimiento, como llevarse la cuchara a la boca, mas es incapaz de repetirlo. Ha pasado de recibir palizas, tragarse sus propios vómitos, ser atada a una silla para comer a la fuerza y beber con una jeringuilla clavada a la cinta adhesiva que le tapaba la boca... a no poder ni alimentarse por sí misma. «Era una niña triste», recordaban muchos de los que vieron a Alba por la calle o en el colegio.

Fiscalía y Generalitat acusan por igual a la madre y al que era su compañero de la tortura que sufrió Alba desde, al menos, noviembre de 2005, cuando la pareja se constituyó como tal; ya sea por llevarla a cabo con sus propias manos o por consentirla y no evitarla, actitud esta última en la que parece encajar Ana María. Como mínimo, la madre -«madre, entre comillas», dijo el fiscal- contribuyó a prolongar la agonía de Alba al acusar de los malos tratos al padre biológico de la niña, Álvaro C., una denuncia que quedó archivada, o al despistar con coartadas o excusas como la de «se ha caído».

¿Cómo comprender lo que hizo o dejó hacer? Su fría declaración ante el tribunal, su mirada perdida... «Toma tranquilizantes», alega su abogado de oficio, José Luis López, receloso de la imagen que proyecta su clienta por cuanto podría contribuir a agravar su condena. «Ninguno de los acusados sufre un trastorno mental que les exima de responsabilidad penal», nos apuntan los peritos ante la duda.

«Incluso su madre (que vive en Ontinyent (Valencia), de donde es originaria Ana María) habló con ella por teléfono y le pidió que se tomara la mitad de las pastillas que le dan, porque en la tele la ve como ausente», explica el letrado, quien recuerda que cuando ingresó en la cárcel de Can Brians (Sant Esteve Sesrovires) Ana María sufría una gran depresión.

Recaló en la unidad psiquiátrica del módulo de mujeres de este penal y allí compartió celda con Remedios Sánchez, la 'Reme', 'la mataviejas', la mujer condenada por asesinar en Barcelona a tres ancianas e intentarlo con otras cinco, durante el verano de 2006. «Se llevaba bien con ella, aunque alguna vez me decía que Remedios le infundía un cierto miedo», explica su abogado defensor, que jura no saber de qué hablaban las dos.

Frialdad

Ante tanta gelidez proyectada, y quizás por consejo de su letrado, al final del juicio Ana María hizo uso de su derecho al uso de la última palabra para reclamar que se le permita tener información sobre la evolución de su hija. Maternal, al fin.

Ana María C. -dicen y nadie confirma-, sufrió malos tratos en sus propias carnes. ¿Atenuante moral? En sus informes periciales los psiquiatras hablan de una mujer con un nivel de inteligencia bajo, aunque dentro de la normalidad, propensa a cambiar de pareja (tuvo cuatro distintas en un sólo año después de que nació Alba), a las que a menudo buscaba en 'chats' telefónicos. Con cada uno de sus compañeros sentimentales, reflejan los exámenes psicológicos, establecía una relación de fuerte dependencia emocional.

Debido en parte a estos continuos cambios de pareja, en los últimos años Alba y su madre habían estado residiendo en distintas poblaciones catalanas, como Viladecans -donde ya recibía ayuda de los servicios sociales-, Manresa y Montcada y Rexach (Barcelona). E incluso pasó una temporada en Madrid.