EL CANDIDATO. Antonio Basagoiti, a la izquierda, junto Mariano Rajoy, en un momento del acto preelectoral que el PP realizó ayer en el Palacio Euskalduna de Bilbao. / IGNACIO PÉREZ
ESPAÑA

El PP siente que el PSOE se aproxima a sus posiciones y le roba el discurso

Los dirigentes populares discuten sobre cómo impedir que el Gobierno y los socialistas ocupen su espacio político Se acercan en agua, crisis, terrorismo, inmigración y Afganistán

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«Lo que le ocurre a Rajoy es que quiere heredar a Zapatero», denuncia una parlamentaria crítica del PP haciendo suyo el término elegido por José María Aznar para desacreditar la estrategia de oposición de su sucesor. Quienes, como ella, discrepan de la dirección popular denuncian su pasividad ante una ofensiva socialista perfectamente orquestada para ocupar el espacio del PP y arrinconarlo hacia la derecha. El equipo dirigente también cree que el Gobierno se acerca a sus posiciones y le roba el discurso en temas como el agua, el terrorismo, la crisis, la inmigración o la guerra de Afganistán.

Los dirigentes afines a Rajoy están convencidos de que la hostilidad de la pasada legislatura no dio buenos resultados, resulta de todo punto inoportuna en estos momentos y sería penalizada electoralmente. Sostienen que no pueden enfrentarse al Gobierno por el hecho de que abrace sus planteamientos y es habitual que reciban los cambios hacia la moderación de los socialistas con la satisfacción de quien cree haber triunfado con sus tesis. Así lo hizo Rajoy en el pleno del pasado jueves cuando José Luis Rodríguez Zapatero anunció al Congreso un plan de inversiones para luchar contra el paro. «Todo parece indicar que por fin ha descubierto la crisis en casi toda su dimensión», le dijo el líder de la oposición al jefe del Gobierno. «Debemos felicitarnos porque es un paso muy importante en la dirección correcta», añadió.

Esta respuesta, que ya resulta habitual, disgusta a algunos parlamentarios que echan de menos un discurso alternativo del PP cada vez que el Gobierno se acerca a sus posiciones. La primera vez que ocurrió fue con el final de la tregua de ETA. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero recuperó la política de dureza y la más firme persecución policial, judicial y política de la banda y su entorno. El PP buscó la unidad y, poco a poco, olvidó los reproches para recuperar el consenso. Eso sí, sin olvidar apostillar siempre que ha sido el PSOE el que se abrazó sus opiniones.

La obsesión de los dirigentes del grupo popular por romper el aislamiento que padeció en la pasada legislatura y la búsqueda de apoyos a sus iniciativas para lograr votaciones unánimes o, cuando menos, mayoritarias es otro motivo de descontento en sus filas. «Soraya (Sáenz de Santamaría) hizo una intervención en el pleno cuando defendió la propuesta contra la violencia de género que podría haber hecho una diputada socialista», protesta un parlamentario que echó de menos una posición menos conciliadora y más crítica con la gestión gubernamental en este ámbito.

Los socialistas también modificaron sus planteamientos en la política del agua al asumir los trasvases a Levante mientras en el PP se abrían heridas internas al cambiar, a su vez, de discurso. Algunos dirigentes populares pusieron el grito en el cielo al apreciar en el giro del PSOE un claro intento de disputar al PP su granero de votos en Murcia y Valencia.

La dirección del PP también tiene claro que debe buscar soluciones para responder a los cambios del Gobierno con la elaboración de un planteamiento alternativo propio. Defiende que el partido dispone de propuestas económicas apropiadas, aunque los críticos afirman que no hay un plan popular convincente de recuperación de la crisis. La línea oficial arguye que los electores premian una oposición tranquila pero los heterodoxos advierten de que, aunque esta estrategia resultara rentable en las urnas, tendría un coste elevadísimo desde el punto de vista interno. «Se está desmontando el partido de Aznar pero no se sustituye por nada concreto», alegan.

Es cierto que la falta de un discurso de nueva planta, articulado a base de blancos y negros -como piden Aznar o Esperanza Aguirre-, desconcierta a los cuadros dirigentes, que nunca saben con exactitud por dónde irá la línea argumental de su oposición cada vez que el PSOE cambia de postura.

La habilidad de Chacón

La actitud de la ministra de Defensa, Carmen Chacón, ante la guerra de Afganistán suscitó un debate en el seno del grupo popular del Congreso en una de las pocas reuniones en las que la dirección informa a los diputados de las estrategias a seguir en cada pleno. El vicepresidente de la Comisión de Defensa, Arsenio Fernández de Mesa, explicó el cambio que aprecia en el hecho de que el Gobierno reconozca que el Ejército español desempeña en Afganistán una misión de «imposición de paz», reclame un cambio de estrategia y no descarte el incremento de tropas en el extranjero. Una vez más, los socialistas se acercaban al PP y olvidaban el pacifismo que exhibió José Luis Rodríguez Zapatero para ganar las elecciones de 2004, les dijo.

El ex jefe de gabinete de Aznar, Carlos Aragonés, uno de los pocos dirigentes disconformes con la dirección de Rajoy que expresa abiertamente sus opiniones, mostró su preocupación por la popularidad de la ministra y su capacidad para modular el discurso antimilitarista del Gobierno sin pagar precio político por ello. Echó de menos una posición más crítica del PP y apuntó la necesidad de buscar una posición autónoma.

Sus comentarios suscitaron una discusión que lideró el ex ministro Jesús Posada, siempre dispuesto a respaldar las posiciones de Rajoy. Le reprochó que la imagen militarista del PP proceda de su implicación en la guerra de Irak, a la que atribuyó también el fracaso electoral en 2004. Aragonés, por su parte, se mostró sorprendido por el hecho de que crítica tan demoledora procediera de un ex ministro de Aznar.