OPINIÓN

Un escritor muy serio

L a manera más fácil y segura de animar una tertulia en Cádiz ha sido siempre hablar de Fernando Quiñones. Entre culturetas o caleteros, entre parroquianos del bar Andalucía o cinéfilos de Alcances, da igual, todos tenemos en la memoria un buen montón de anécdotas desternillantes de Fernando. Si él participaba en la reunión, entonces no había ninguna duda de que la velada sería inolvidable.

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El genio de Fernando era natural e irreprimible. Yo, como tantos, lo llevo cosido a mi memoria y a mi biografía y si lo evoco tengo que terminar por contener las lágrimas, querido Fernando, por el humor con que adornó su vida y la de los que le tratamos, por el valor con que afrontó su enfermedad, por cuántas lecciones de ciudadanía nos dio, por cuánto hemos perdido sus amigos, los lectores y todos los gaditanos, de un escritor que tenía aún que darnos muchas buenas páginas que nos aportaran ese plus de magia y de luz, que él derrochaba con tanta naturalidad. Sobre todo, echo en falta su papel como referente, como intelectual comprometido, como conciencia ciudadana. Porque más allá de su imagen de cachondo irredento, Fernando era un hombre muy serio para lo suyo. Jamás falló en la entrega de una de sus columnas semanales que me entregaba -¿Jefa!, me llamaba a gritos- que siempre estaban por adelantado, incluso. Constantemente proponía nuevas ideas: Las mijitas del freidor, El baúl del pirata. Se levantaba al alba para escribir y le gustaba irse a los primeros bares que abrían, sobre todo el del Arco de Garaicoechea. Nunca descuidó un texto. Nunca cejó en su amor por su ciudad.