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La CSU se niega a inmolarse

Los líderes del partido socialcristiano alemán de Baviera deciden mantenerse en sus cargos pese al desastre electoral

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Dos escenarios para una misma tragedia. En la sede de la Unión Socialcristiana (CSU), en Múnich, los dos grandes derrotados del domingo, el jefe del Gobierno bávaro, Gunther Beckstein, y el presidente de la formación, Edwin Huber, se presentaron ante la prensa con el rostro demacrado para anunciar que, a pesar del desastre electoral, no habrá cambios inmediatos en la dirección ni en el Ejecutivo.

Pero Huber sí se vio obligado a anunciar que la CSU convocará un congreso extraordinario el 25 de octubre para analizar y sacar conclusiones de la debacle para adoptar las medidas que impidan un nuevo fiasco. «No estamos apegados a nuestros cargos», señaló Huber, en una clara referencia a la tormenta que se avecina en el seno de la CSU, donde no se descarta que se pidan dimisiones después de que los votantes de Baviera pusieran fin de un tajo al aura de partido invencible que ostentaba desde hacía más de 40 años.

Y esas primeras señales de las turbulencias que se esperan quedaron de manifiesto ya ayer, cuando Huber y Beckstein accedieron a la sede muniquesa por la puerta trasera, mientras que el ministro de Agricultura, Horst Seehofer, eligió la entrada principal para enviar un mensaje inequívoco: «El resultado ha sido una catástrofe de dimensiones históricas», clamó Seehofer, cuyo nombre ya se baraja para ocupar el cargo de presidente de la CSU. «La derrota es más importante que la que sufrió Helmut Kohl en 1998», añadió. Según un sondeo de la primera cadena de la televisión alemana, ARD, un 49% de los votantes de la CSU considera que Huber debe dimitir y ser sustituido por Seehofer. En cambio, el 73% apuesta por la continuidad de Beckstein.

Decepción en Berlín

El segundo escenario estaba en Berlín. Concretamente en las oficinas de la CDU, donde nadie podía ocultar la dimensión del desastre electoral que vivió el partido hermano bávaro, que no se recató en acusar a la formación que lidera la canciller de falta de apoyo como una de las claves de su derrota. Angela Merkel, con la cara descompuesta calificó el resultado de la CSU como «decepcionante».

«Está claro que no logramos ganar la confianza de la gente para defender la mayoría absoluta», apuntó la jefa del Gobierno alemán en un somero análisis de lo sucedido en Baviera. «Esto implica que para las elecciones (de 2009) debemos hacer todo lo posible para ofrecer a los ciudadanos una clara perspectiva de futuro», añadió. Pero en su fuero interno, lo que Merkel rumiaba era que la caída de la CSU pone en peligro sus posibilidades de obtener una mayoría suficiente en los comicios federales que le permita poner fin a la actual alianza contra natura con el Partido Socialdemócrata.

Por eso, la canciller dio ayer los primeros pasos para recuperar terreno y lanzó una velada crítica a sus socios socialdemócratas. «Debemos insistir en que la democracia cristiana es un factor de estabilidad y la CSU y la CDU están bien preparadas para enfrentarse a problemas como la crisis financiera internacional que nos acecha», manifestó la dirigente democristiana. «Si uno observa el pobre resultado que obtuvo el SPD, se puede llegar a la conclusión de que no está preparado para enfrentarse a los nuevos desafíos», agregó.

De hecho, el SPD, cuyo candidato Frank-Walter Steinmeier también espera alcanzar la cancillería con suficiente ventaja como para gobernar en solitario, no supo sacar provecho del derrumbe de la CSU y con un 18,6% de los votos obtuvo en Baviera su peor resultado en más de medio siglo. «Existía mucho descontento en contra de la CSU en Baviera, pero ninguno de sus votantes se pasó al campo contrario», señalaba el politólogo Franz Walter, en el diario Tagesspiegel.

Y es que los dos únicos vencedores del domingo fueron el Partido Liberal, que regresa al Parlamento regional tras 14 años de ausencia, y el grupo Electores Libres, integrado en su mayoría por tránsfugas de la CSU que se convirtió en la tercera fuerza política. Pero eso no es todo. Su buen resultado puede ayudarle a formar una alianza con la CSU para gobernar Baviera. La militante más famosa del partido bávaro Electores Libres se llama Gabriele Pauli y hasta hace poco menos de un año era una activa miembro de la CSU. Pero «la hermosa consejera comunal» como la bautizó la prensa después de acabar con la carrera de Edmund Stoiber, rompió su carné y paso a engrosar las filas de la pequeña formación. El militante más eficaz del partido es su presidente, Hubert Aiwangler, un campesino de 37 años que convenció por lo menos a 230.000 electores de la SU a votar por su grupo con un discurso populista y marcado por los insultos dirigidos a la Unión Socialcristiana.

«Son unos corruptos y unos vendidos», dijo Aiwangler. La actitud airada ayudó, pero fue el origen de Aiwangler lo que convenció a los campesinos a apoyar a su partido en la urnas, lo que ha cambiado las reglas de juego en Baviera y en el resto de Alemania. Durante décadas habían votado a ciegas por la CSU. Hasta el domingo pasado.

A pesar de vivir aislados, los habitantes de la zonas rurales saben que la política agraria de su estado está dirigida no desde Múnich sino desde Bruselas, pero culparon a la CSU de no escuchar sus protestas y ceder ante las directivas de la UE. «Casi todos los campesinos de Baviera votaron por nosotros», reconoció ayer Aiwangler, que supo mantener un perfil conservador para su partido. Pero los Electores Libres no es una formación tradicional, sino la agrupación de colectivos locales que se reencontraron en base a intereses comunes.

Pero esa diversidad supone un peligro si acepta la invitación de la CSU para formar Gobierno. La oposición es una cosa y la responsabilidades del poder otra. Por eso, Aiwangler prometió ayer que el partido jamás olvidará sus raíces comunales. «Es la balanza de nuestro éxito», explicó.