HOMENAJE. En 2004 dieron sepultura a los cuerpos de 17 de los 50 benamahometanos./ LA VOZ
Ciudadanos

«Algunos aprovecharon para matar por rencillas personales»

Antonio Domínguez, hermano de un fusilado de Benamahoma, es historia viva de la España del siglo XX

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Antonio Domínguez Caro es un benamahometano de 85 años que tuvo que vivir la guerra con tan sólo 13 años. Él pasó por el duro trámite de perder a su hermano, de 25 años, José Domínguez, que fue fusilado. En 2004 consiguieron recuperar su cuerpo y darle sepultura en un mausoleo de Benamahoma.

Antonio recuerda que la exhumación de los cadáveres de sus familiares se fraguó cuando el Ayuntamiento de El Bosque pretendía ampliar unas bóvedas del Cementerio Municipal y el enterrador de la época advirtió de que en la zona había una fosa donde estaban enterrados los fusilados de Ubrique. Los familiares de los mismos lucharon para recuperar estos restos y finalmente lo consiguieron. Esto provocó que los familiares de los fusilados en Benamahoma, entre ellos Antonio, pidieran poder recuperar los restos de los 17 benamahometanos que estaban enterrados en el muro vertical del cementerio. No pudieron recuperar todos los restos porque se habían construido algunas bóvedas sobre ellos pero finalmente «pudimos trasladarlos a nuestro pueblo y hacerlos descansar en paz», apunta Antonio Domínguez.

El benamahometano recuerda que cuando entraron los nacionales con fusiles al hombro, «nos colocaron un brazalete en el brazo con la bandera de Falange a todos los vecinos». Él recuerda que «vi que habían prendido a mi hermano y que lo llevaban en un camión, y yo, que estaba en la puerta de mi casa quitando hierbas, me quité la banderita de Falange y le di unos pocos de picotazos». Eso provocó que lo visitaran los falangistas y Fernando Samacola, uno de los jefes, le amenazó: «Me preguntó por el brazalete y le dije que lo había perdido, me dio otro y me espetó 'verás cómo éste no lo pierdes'». Esto cambió su actitud, ya que entendió que también podía ser fusilado.

Antonio recuerda que las personas que murieron eran «las más inocentes porque los que estaban en política y tenían más cultura se quitaron de en medio antes de que llegaran». Además, asegura que algunos vecinos se ofrecieron voluntarios para matar a «gente que eran prácticamente de su familia» o a señalar con el dedo a los que debían de morir. Añade que «en muchos de los casos, por no decir en casi todos, se mató por rencillas personales». «Muchos de los asesinados fueron por causas como envidias, peleas, problemas de novias y por otras muchas razones que aprovecharon los asesinos para eliminar a los que les dio la gana», añade Antonio. Recuerda un caso significativo en el que «un señorito pidió que mataran a un albañil porque le había hecho un muro y así se libraba de pagarlo».

Guerra entre hermanos

Antonio no guarda rencor, aunque reconoce que «ha sido duro convivir con los que sabes que fueron los asesinos de tu hermano, aunque éstos tuvieron que irse del pueblo porque nadie los quería ver por aquí». No obstante, asegura que «yo comprendo que el otro bando también tuvo sus víctimas y deberíamos de tener presente que fue una guerra entre hermanos y eso nunca debería de repetirse». «Debemos de tener claro que no se puede tropezar con la misma piedra», indicó.