Ser profesional es imposible.
ANÁLISIS

Aficionados

El indie pop español se llama así con razón. A pesar de la plétora de grupos que la nutre, su escena es limitada, el talento de sus artífices tantas veces insuficiente, las ventas de sus discos deficitarias y la calidad de sus canciones irregular. Además, aunque se vaya corrigiendo en las últimas hornadas, el gran pecado del pop independiente español ha sido cantar en inglés, lo cual lo ha alejado de su público natural. No hay más que echar un vistazo a las listas de venta oficiales para comprobar que copan los puestos cimeros los productos en castellano, preferentemente horteradas latinas y lanzamientos con deje cañí.

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El indie pop (indie por independiente) justifica su adjetivo calificativo. La mayoría de los miembros en él integrados son estudiantes o currantes incipientes (los hay oficinistas, abundan los relacionados con las bellas artes y las nuevas tecnologías), y no aspiran al profesionalismo. Se conforman con editar un disco (con la crisis se ha llegado al punto en que los grupos pagan la grabación de sus CD, las compañías los distribuyen con tratos de repartir beneficios si estos llegan, y al final casi siempre el grupo acusa al sello de engañarle; bah, esto le sucede hasta al flamenco Morente), con satisfacer el prurito exhibicionista apareciendo en medios de comunicación (prefieren los medios de papel a los de internet, más sectarios, aunque se pondere mucho al MySpace) y con actuar de vez en cuando, cobrando si es posible y, como mínimo, sin la humillación de tener que abonar las cervezas que consuman (por esto el título de la simpática Lidia Damunt: Pagan por tocar).

Al indie pop hispano se le supone sensibilidad en la creación. Muchos tocan rudimentariamente, pero aducen emoción al filo (los getxotarras McEnroe) y otros tantos entonan unas letras asumibles por la burguesía y los aspirantes a ella (La Habitación Roja, uno de los nombres más exitosos y populares). El indie pop es más amable y menos peligroso que otras escenas indies españolas: desde la hermética y especializada del rockabilly, que se lo monta en salas, hasta las atrabiliarias y reaccionarias mesnadas punkarras, que operan en gaztetxes, casas ocupadas y fiestas de pueblos desprevenidos. Indie es todo aquel que opera cual aficionado o amateur, es decir, que no es profesional y en teoría, hace lo que le apetece sin ataduras comerciales ni compromisos con las discográficas, empresas éstas que sueñan con dejar de ser indies pero pocas lo consiguen (lo logró Subterfuge con Dover, el gran contraejemplo).

El indie pop es aún más minoritario en Euskadi. Aunque en San Sebastián han existido proyectos precursores como Family y combos adorados como Le Mans o La Buena Vida, su tirón entre la afición autóctona es mínimo. Así, la carga abusiva de grupos de este estilo y de la cuadra Subterfuge lastró hasta el hundimiento al primer gran festival vasco, el RockAzoka. Y es que la mayoría de los grupos de pop independiente españoles que actúan en salas regionales congregan a unos 30-50 aficionados con los que no se cubre ni el gasto del alquiler del local.

Muchos de estos grupos amuerman (Niños Mutantes en su disco de versiones, Travolta...), otros no son pop (Triángulo de Amor Bizarro), algunos merecerían ser más grandes (Sunday Drivers, pero cantan en inglés) y unos pocos incluso la gloria (Los Reservas, ¿búsquenlos!), pues ciertas propuestas podrían estallar si tuvieran detrás un gran apoyo promocional, caso de dos vizcaínitas ex Electrobikinis emigradas a Madrid: Miren, meciendo country desvalido en Tulsa, e Isa, asumiendo el pop floral en las Charades.