ACLAMADA. La recién elegida vicepresidenta por el bando republicano, Sarah Palin, firma autógrafos junto a su hija Piper. / AFP
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McCain se asegura el voto religioso

El líder republicano se gana a los evangélicos con la elección de Sarah Palin

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«Babies, Guns, Jesus!», clamaba ayer entusiasmado el famoso comentarista de radio Rush Limbaugh. «¿Esto sí que nos pone!». Hablaba de la elección de la gobernadora de Alaska Sarah Palin como vicepresidenta de John McCain, un apuesta sorpresiva que ha horrorizado a la élite del Partido Republicano por su inexperiencia pero que dinamiza a la base conservadora cristiana por su extremismo social.

Las iglesias evangélicas de todo el país tenían hoy una buena noticia que compartir en el sermón dominical. Por fin uno de los suyos llegará a la Casa Blanca, asumiendo que John McCain gane las elecciones del 4 de noviembre. «Es tan bueno que no me lo puedo creer», decía Ralph Reed, ex presidente de la Coalición Cristiana. «Sarah Pain no es alguien que dice estar en contra del aborto para ganarse nuestros votos, sino que es una persona de profunda fe cristiana que practica con el ejemplo».

En efecto, el quinto hijo de la gobernadora de 44 años llegó en abril pasado con Síndrome de Down. Desde los cuatro meses Palin y su marido sabían que el niño traería alguna deficiencia, pero no se les pasó ni por la imaginación deshacerse de lo que llaman «una criatura de Dios». Palin es una firme opositora del aborto incluso cuando peligra la vida de la madre y se opone a la teoría evolutiva de Darwin, que desea sustituir en las escuelas públicas por la del creacionismo, dos pilares sociales de la religión evangelista a la que pertenece.

Para ellos, la idea de que el hombre desciende del mono en vez de haber sido depositado en la Tierra por Dios es una injuria. Por lo mismo, Palin pone en duda que la mano del hombre esté detrás del calentamiento global de la Tierra, ya que el cambio climático sólo puede ser parte de los designios del creador. Un tema en el que se distancia de McCain, aunque ayer durante su debut con la prensa nacional aceptaba que hay que cuidar del planeta. No lo demostró al oponerse a la ley para preservar a los osos polares que hasta el propio George W. Bush ha impulsado, o al defender la perforación de la Reserva Nacional de Alaska para extraer petróleo. Otro tema en el que difiere con McCain.

Palin ni siquiera tenía pasaporte hasta julio del año pasado, cuando se lo sacó para visitar a la Guardia Nacional de Alaska destacada en Kuwait, pero sus credenciales ultraconservadoras han revigorizado de la noche a la mañana a la base evangélica que Karl Rove se trabajase durante décadas. El llamado cerebro de Bush fraguó su victoria a través de la red de iglesias evangélicas que se había mantenido al margen de los asuntos mundanales de la política. El estratega republicano fue capaz de anotar 16 millones de votos a la formación que llevó al iluminado hasta la Casa Blanca. Su historia de alcohólico transformado al buen camino por una revelación del Espíritu Santo le permitió pintarlo así, junto con las claves bíblicas que deslizaba cuidadosamente entre las líneas de sus discursos electorales. Después del apretado resultado que dejó a Al Gore a sólo 534 votos de la victoria, Rove decidió que le habían fallado tres millones de cristianos protestantes en las urnas. Los siguientes cuatro años se los pasó cultivando a esas ovejas para garantizar su reelección en 2004, pese al caos de Irak, las ausencia de armas de destrucción masiva y los atropellos a las libertades civiles.

Hasta ayer los cristianos se sentían traicionados. Cierto que Bush no permitió el avance de los ateos que quieren convertir el país en Sodoma y Gomorra permitiendo los matrimonios homosexuales y que les obligan a quitar los Diez Mandamientos de los juzgados, pero tampoco ha cumplido con las secretas promesas de prohibir el aborto para detener lo que consideran la masacre de x millones de niños o encauzar las enseñanzas de las escuelas públicas para que no tengan que enseñar a sus hijos en casa. Durante estos años los evangélicos han descubierto su fuerza política y ahora se saben parte fundamental de esa mayoría silenciosa capaz de decidir quién ocupa la Casa Blanca.