TAMBIÉN CAYÓ ALEMANIA. Pau Gasol batalla en la pintura con dos jugadores germanos para anotar dos de sus trece puntos, ayer el tercer máximo anotador de España después de Calderón y Mumbrú. / REUTERS
BALONCESTO, ESPAÑA SUMA Y SIGUE

Y ahora, Estados Unidos

España se impone con comodidad a Alemania tras una primera parte sin acierto y ya vela armas para poner a prueba mañana la solidez de los NBA

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La selección española de baloncesto levita desde hace tiempo con la copa de vino en la mano y la fragancia de las rosas alrededor. Se ha ganado esa condición por calidad, espíritu colectivo y gen para competir. La misma que provoca envidia en los desheredados, ambiciosos por obtener siquiera un trocito de hedonismo. Y claro, el placer y la angustia se entienden como antónimos. España, habituada a viajar con lacayos, lleva de mala manera eso de servir los canapés. 65 minutos de sufrimiento -todo el encuentro contra China y el primer tiempo frente a Alemania- son excesivos para un equipo acostumbrado a dictar las leyes que debe cumplir el resto.

Así que el conjunto de Aíto necesitaba un golpe de efecto literario, cinematográfico o deportivo para recobrar las sensaciones momentáneamente perdidas. Y lo disfrutó en un minuto de oro, el primero a la vuelta de los vestuarios. En realidad, 57 segundos que fueron un compendio de su capacidad natural para la destrucción ajena. Triple del ayer sólido y resolutivo Mumbrú, canasta y adicional de Ricky, otro robo del 'delincuente' juvenil, parcial de 8-0 y 47-36 en el marcador, reverso de aquel 33-36 en contra al borde del descanso. Faltaba una ramita de perejil para decorar el plato y apareció Garbajosa con otro acierto de tres puntos, su argumento olvidado en el baúl de los recuerdos que puede servirle para ingresar realmente en los Juegos Olímpicos.

55-39 en el minuto 23, magnífico tercer cuarto español en las dos partes de la pista y conciencia de que la película había mutado el género. Acabado el suspense, el público se conformó con una de esas cintas orientales de acción nula, diálogos adormecedores y apenas un movimiento de ceja. El conjunto de Aíto, tras solventar holgadamente el debú frente a Grecia, se movía incómodo en Pekín, le tiraban las sisas hasta impedirle mostrar el baloncesto de alto voltaje que le distingue. Ese minuto soberbio, propio de los equipos autoritarios, recuperó su ritmo de vuelta rápida que le confunde a menudo con el McLaren de Hamilton. A partir de entonces, con la sima traducida en dieciséis puntos de ventaja, Alemania obró como casi todos los damnificados por el juego de España. El combinado nacional ataca más al cerebro que a las piernas, desmoraliza una barbaridad. El cuadro de Nowitzki, mucho menos trascendente ayer que Gasol, se dejó llevar por la resignación de ese piloto consciente de la imposibilidad de adelantar. Aunque sólo vaya diez metros por detrás y la carrera sea infinita.

Mumbrú y Pau

Antes de ese minuto devastador, el grupo de Aíto padeció el mal de los chicos aplicados que llevan a casa un boletín repleto de actitudes y procedimientos notables, tantos como suspensos. Irreprochable en el esfuerzo, la selección española combatía con su ansia de buscar los rebotes y el sacrificio defensivo una falta de acierto alarmante. El base Hamann partió con la consigna de atacar a Raúl López, el director nacional con menos vocación de dique, que sale de titular y luego pasa al limbo. Alemania se subió a esa ventaja inicial en el 'uno contra uno' para labrarse una rentita (2-8) con la que tirar casi hasta el descanso.

Enfrente, el grupo vestido de rojo purgaba sus trece errores en diecisiete lanzamientos de campo, regalaba tiros libres y pagaba la sequía preocupante de sus escoltas anotadores. Rudy, el jugador más regular del equipo hasta ayer en los Juegos, y la sombra de Navarro acabaron el duelo con siete puntos entre ambos. Además, el combinado teutón saltaba los obstáculos defensivos de su oponente: un triple tras presión en toda la cancha, canasta más adicional en el primer amago de zona 2-3 y enceste para arruinar la 1-3-1. A falta de venturas, España recurría al coraje y al reclutamiento. Llamó a filas a Pau, autor de un segundo cuarto espléndido, y sacó de la reserva activa a Mumbrú. El alero alto, pieza codiciada en el mundo del baloncesto, anotó los tres triples que intentó, sólo erró un tiro de campo y se alzó decisivo para negar la fe a una Alemania adelantada por ocho (14-22) a siete minutos del intermedio. Después llegaría el minuto de oro. Y con él, la vuelta a un estilo, el regreso del optimismo y, consecuentemente, la ruina germana.