ANÁLISIS

Revolucionarios

El béisbol es el juego de Cuba, el que cataliza las emociones, pero es el boxeo la disciplina deportiva que mejor representa a la isla en el mundo. Cada cuatro años, los habitantes de este pequeño país caribeño sorprenden al resto del planeta con una lección de coraje y orgullo nacional. Los actores de esta singular epopeya son chicos de barrio alimentados a base de arroz con frijoles y un sueño: convertirse en los mejores boxeadores.

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Lejos de la caricatura que dibujaban las películas de 'Rocky' del villano comunista sin alma ni corazón, atiborrado de anabolizantes y con todos los recursos a su alcance, los púgiles cubanos emergen como setas en un panorama que encaja mejor con el de lo boxeadores que producía Estados Unidos durante la Gran Depresión, hombres como Jimmy Braddock, que tan pronto descargaban barcos en los muelles de Nueva York como arrebataban el campeonato del mundo de los pesos pesados a Max Baer.

Detrás de todos los grandes campeones cubanos, desde Teófilo Stevenson a Héctor Vinent, de Félix Savón -oro en Barcelona'92- a Ángel Herrera, hay un pasado -y a menudo un presente- de privaciones y pobreza. Aquí no hay máquinas de última generación que modelan el cuerpo sirviéndose de poleas mágicas, ni dietas proteínicas que hacen palidecer de envidia a una buena chuleta. Los púgiles cubanos maceran su vocación desde la escuela, en gimnasios como el Arena Trejo de La Habana, que no son sino patios rodeados de mudas secando al sol, con un tejado de uralita que achicharra el ring y un graderío de madera por el que los futuros campeones suben y bajan a la carrera. Pero no se imaginen a jóvenes tarados pegándose con los puños desnudos, como una mafia que se ha hecho fuerte en lo más profundo del lumpen. Aquí, los chavales compaginan la esgrima del boxeo con el tablero de ajedrez. No me negarán que el concepto es 'revolucionario'.

Allí aprenden la ética del boxeador, eso sí, bien aderezada de propaganda -nada de trampas ni desertar cuando uno se convierte en figura-; y fían todo su porvenir a la química del sudor. Depuran su técnica haciendo largas sesiones de sombra, lo único que sobra en el trópico si uno no desmaya al sol. O fortalecen los abdominales con sesiones imposibles de flexiones, o los dorsales propinando martillazos a un neumático.

Así entienden los cubanos la economía de medios. ¿Y saben qué? Funciona.