ESTAMPA. Majestuoso pase de pecho del diestro de Galapagar para rematar una serie frente a su enemigo. / EFE
Toros

Histórico recital de José Tomás

La primera aparición de José Tomás fue accidental: suelto en banderillas, el primer toro de corrida se lo acabó encontrado en tablas de sol. Medio lance por delante. En el toro siguiente, con Javier Conde al aparato más o menos, José Tomás salió a quitar. Muy desafiante. Capote a la espalda en gesto aparte, previo y cómplice. Gaoneras. Más que un quite pareció una tanda de muletazos. José Tomás se retrató en un segundo gesto: un desplante ya sin toro. El quite se celebró con ruido. El toro había claudicado dos veces. Lo protestaron. El quite invirtió el signo. El cónclave estaba rendido de antemano.

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Ni Luque, centradito pero sin apostar, ni mucho menos Conde, muy desconfiado con un toro de muy buena nota, pudieron romper la inercia prevista, pero el tiempo corrió y, tercero en turno, José Tomás fue recibido como un maná. De Toros de Cortés, segundo de los hierros de Victoriano del Río, fue el toro de la reaparición en Madrid al cabo de seis años. Hondo, bello, serio sin exagerar. De caprichoso e impropio nombre: Dakar.

José Tomás salió a recibirlo con lances por delante. En el quite volvió a asomar. Chicuelinas de menor rango y revolera. No tanto como el de las gaoneras, pero también este quite se aclamó. Al público brindó José Tomás, boca arriba la montera. De más nobleza que motor, dócil, el toro se prestó bien. Cuando le faltó aliento, se quedó sin rematar viaje. Nada más. Al tercer muletazo cambiado de la tanda de cinco con que abrió faena en tablas, José Tomás salió desplazado por el lomo. El golpe le dejó teñida de sangre de toro la chaquetilla. Aunque soplaba algo de viento, José Tomás se abrió de rayas afueras y se estiró sin demora. La faena de la reaparición iba a ser de rápida resolución. Dos tandas en redondo sin mayor relieve, pero una tercera de grueso calado: siete muletazos por abajo, enganchados las siete veces por el hocico el toro. No se apeó de su idea de torear muy seguido José Tomás y tal vez por eso el toro punteó dos veces o tres. En una tanda con la izquierda, primera y casi única, José Tomás salió casi atropellado, el toro metido bajo el vuelo de la muleta en alto. Se tomó por gran alarde sin serlo.

Y entonces se embaló el am-biente. El remate de faena, muy de repertorio, tuvo chispa. No hubo remate con la espada. En la suerte contraria, José Tomás atacó a destiempo, se quedó en la cara sin cruzar ni pasar y salió arrollado, pero dejó media tendida que, con el toro en tablas, bastó. Dos orejas.

El cuarto, extraordinario, fue el mejor de todos. También salió a quitar José Tomás. Conde estuvo forzadillo pero sin taparse. Ni descararse ni ponerse de verdad. El quinto fue un precioso toro. De aire bravo desde la misma salida. En el recibo le enganchó el capote a José Tomás por las dos manos y no le dejó ni insistir.

Lidiado sin criterio, pero después de un puyazo cobrado con calidad, el toro vino templado y con ese temple vino también el quite de la tarde. De José Tomás, a la verónica, las manos altas, ajustadísimos los embroques, soberbios el empaque y la rosca de tres o cuatro lances dibujados a cámara lenta en los medios.

Quietud insuperable

Antes de pelearse con el viento, y a veces más que con el toro, José Tomás abrió faena muy rotundamene: cuatro estatuarios en la raya. Las puntas afiladísimas del toro encarecieron la cosa. Y la quietud, insuperable. Uno del desdén y el de pecho. No hubo más que esperar. Un rugido constante fue cuanto siguió después. Ni un paso atrás. Paciencia para tocar al toro, cuya fijeza deslumbrante consentía. José Tomás acertó a abrirlo y esperarlo. A torearlo sin violencia. Vertical en los embroques ceñidísimos a pies juntos, algo impostada la curva del pecho en los embroques de perfil. Inmóvil tancredo cuando el toro vino sin gobernar. Ahora hubo que alimentar las pausas. Las poblaba el runrún de la gente. No fue faena de orden ni medida. Tal vez por el empeño de José Tomás de darlo todo. Con la iz-quierda, de frente, sin ligar, dibujó lánguida pero secamente.

Al segundo viaje a los adentros, el toro sintió la llamada de las tablas. Un aviso antes de cambiar de espada. Nublada la idea para igualar al toro, pero brillante la solución. Dando adentros al toro, una estocada desprendida casi al encuentro. Bastó.

Dos orejas. Coros de «¿To-re-ro, to-re-ro !» en la vuelta al ruedo. Lujosa ovación para el toro en el arrastre. Merecidamente. Y no es que se acabara la corrida ahí, pero casi. El sexto se paró enseguida. Tiró de él con limpieza y enorme oficio el joven Daniel Luque. Lo jalearon, pero no pasó con la espada.